COLOMBIA, PAÍS COCALERO

Somos el país de la cocaína. Por eso resulta tan obvio que la llamada paz la estemos negociando con los promotores y beneficiarios a grande escala de ese tráfico maldito, los bandidos de las FARC

Colombia, país cocalero

Somos el país de la cocaína. Por eso resulta tan obvio que la llamada paz la estemos negociando con los promotores y beneficiarios a grande escala de ese tráfico maldito, los bandidos de las FARC

Fernando Londoño Hoyos

Por Fernando Londoño Hoyos
Abril 23 de 2017

Nadie ha puesto en duda que somos el mayor productor y proveedor de cocaína en el mundo. Lo que no está dicho es que ganamos ese campeonato sin un segundo a la vista. Somos igual a cocaína. Es lo que en el concierto universal nos distingue y califica.

Nadie discute que de 42.000 hectáreas sembradas con la hoja, que dejó sin resolver el Presidente Uribe, hoy llegamos a más de las 180.000 de Santos. Lo que no está dicho es que pasamos de vuelo esa cifra y andamos por las 250.000 hectáreas de lo que llamaría nuestro poeta el “tósigo maldito”.

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Nadie ignora que esa siembra produce por lo menos 750 toneladas de clorhidrato de cocaína. Lo que no está dicho es que en verdad sobrepasamos las mil toneladas del maravilloso producto.

Nadie desconoce que semejante oferta exportable, la única que tenemos, genera una cantidad total de ganancias criminales que no caben en las cuentas de un computador. Si 750 toneladas son 750.000 kilos, es decir, 750.000.000 de gramos y cada gramo se cotiza a cien dólares, el valor final hace de la cocaína gente tan rica como los jeques árabes. O más.

Nadie se sorprende con que semejante negocio genere en Colombia los más ricos del país. Una publicación tan seria como The Economist no ha vacilado en señalar a las FARC, el principal cartel de la droga del mundo, como dueñas de una fortuna acumulada de diez mil millones de dólares. Lo que no está dicho es que el cálculo es conservador y que frente a esa cantidad los llamados “cacaos” colombianos son unos pobre diablos.

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Nadie vacila en que ese negocio internacional va prendido de una realidad doméstica dramática y decisiva en el tejido social y humano del país. Lo que no está dicho, suficientemente, es que los sembradores, raspachines, preparadores de la pasta y fabricantes del clorhidrato, reciben al final de la faena no menos de cinco millones de pesos por kilo vendido. Multiplicado el valor unitario por la producción estimada, nos encontramos con que internamente, para la mano de obra, el negocio vale tres billones setecientos cincuenta mil millones de pesos, más, mucho más de lo que pueden obtener los dueños de cualquier negocio legítimo en Colombia. El café produce como resultado de su venta total interna, tres billones seiscientos mil millones de pesos. Para repartirlo entre trescientos mil propietarios, seiscientas mil familias dedicadas al cultivo, del que viven más de seiscientos municipios del país.

Nadie escapa a la noticia de que hemos pasado de país exportador a país consumidor, en grande escala, de la cocaína y sus mezclas y derivados. Los 1.200 alcaldes de Colombia denuncian que el peor, más angustioso y demoledor de sus problemas es el de las ollas, como se llaman los lugares de distribución al menudeo de esas porquerías.

Somos el país de la cocaína. Por eso resulta tan obvio que la llamada paz la estemos negociando con los promotores y beneficiarios a grande escala de ese tráfico maldito, los bandidos de las FARC. Que se disfrazan de políticos comunistas para ocultar el secreto de su origen criminal y para justificar su designio, el de convertirse en amos y señores de todas las instituciones, de todos los poderes, de todas las voluntades.

Como si faltara alguna prueba de lo que somos y seremos, la mafia acaba de llegar a la Vice Presidencia de la República con el General Oscar coca Naranjo. Que conste que el remoquete no es nuestro. Es así como lo llaman, sabiendo bien por qué, sus socios, impulsores y cómplices de las FARC. Los que lo llevaron a la Vice Presidencia, para ser exactos.

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