¿NUEVA COMISIÓN DE PAZ?

La política del presidente Uribe salvó al país pero, pese a ello, los colombianos no hemos aprendido nada. Y volvemos a asomarnos al abismo del “diálogo con las Farc”

¿NUEVA COMISIÓN DE PAZ?

Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

De manera que, de la noche a la mañana, la Cámara de Representantes le ha ofrecido al país, una nueva y flamante «comisión de paz». Parece que 13 diputados la integran. Todo eso sería encantador y sugestivo si no fuera por dos o tres detalles: Iván Cepeda Castro, un jefe del Polo Democrático (comunista), es quien será el vocero de la misma, pues, como detalló la prensa (quien olvidó decir cómo se gestó esa idea, qué criterios defiende y quiénes la integran) ellos lo eligieron “por unanimidad”. Enviada a los medios por el mismo Cepeda, la información dice que la comisión exaltó la figura  de Piedad Córdoba. Siguiendo el ritual despistador, la comisión le pidió a las Farc que no vuelvan a secuestrar. Lo que es como pedirle al diablo que haga hostias.

Si las cosas son así, tenemos que esperar lo peor. Con Iván Cepeda y Piedad Córdoba al frente de esa “comisión de paz”, lo que le espera al país es el horror de una nueva farsa que comienza con frases de salón y termina en los cementerios.

Esa “comisión de paz” es una anticipación de algo que no es visible todavía. El gobierno no ha abierto aún, que se sepa, “negociación de paz” con nadie. Horas después de que Cepeda lanzara al aire su curiosa “comisión”, el presidente Santos descubría, por el contrario, un nuevo ejemplo del doble juego de las Farc: mientras éstas dejaban en libertad a uno de sus secuestrados, secuestraban a dos trabajadores de Cartón Colombia y a otras cuatro personas en el Cauca. Poco le faltó al Presidente para  cerrar la ventana de las liberaciones.

El país no tiene nada que negociar con las Farc. Excepto la rendición de lo que queda de esas tétricas huestes. 

Aunque la idea de negociar con las Farc fue rechazada por las mayorías colombianas en tres elecciones presidenciales, ahora algunos están tratando de instalar de nuevo ese espectro en la agenda del gobierno.

Lo que las Farc llaman la “negociación de una solución política”, es la rendición gradual del Estado y de la sociedad ante la banda terrorista. Todos sabemos que un “proceso de paz” con las Farc equivale a un recrudecimiento automático de la guerra de devastación que ellas adelantan desde hace cinco décadas. Esa negociación tiene un primer objetivo: paralizar a las Fuerzas Militares y al resto de las instituciones y dejar el campo abierto a los tráficos de droga, asaltos y secuestros. Las Farc siempre lo hicieron cada vez que convencieron a los gobierno de dejarse llevar a un “proceso de paz”.

Esta vez creen que tras los ocho años de seguridad democrática, el nuevo gobierno, quien ha abandonado sin más esa doctrina y se encuentra a la merced de un falso y mañoso “progresismo”, terminará por caer en esa trampa. Si Santos hace eso ya sabemos a lo el país se expone: la democracia  tendrá que responder a la violencia de su interlocutor con las manos atadas. Esa es la esencia de lo que está detrás de la prematura gestión “de paz” que pretenden dirigir Iván Cepeda y Piedad Córdoba.

Piedad Córdoba, Samper y otros..

Al país le están imponiendo, discretamente y tras bambalinas, los mayores absurdos. Un solo ejemplo: el Senado estudia en estos momentos una ley que, si no es reformada, terminará obligando al Estado a financiar a la guerrilla.

Pues las Farc se sienten en plena primavera, después de un largo invierno, en un momento propicio a los idilios. Saben que aquí la memoria es corta y majadera. Estiman que la coyuntura es favorable para terminar de atarle los brazos al Estado y proseguir su marcha hacia el poder. Pisoteando sobre todo a los civiles, los menos protegidos de la sociedad.

Colombia creía que tras la sangrienta experiencia de la inicua negociación de paz de tres años, en la zona de 42.000 km² cedidas a las Farc por un gobierno lunático e irresponsable, que estaba llevando a Colombia a ser cogobernada por Tirofijo, la clase dirigente había aprendido algo. Y que se había curado de la horrible tara de creer que la paz depende de convertir a las Farc en interlocutor político. En realidad, no hemos aprendido nada. Desde el 7 de agosto pasado, una mano invisible comenzó a reinstalar las piezas del ajedrez de la nueva catástrofe.  

¿Quién podría negar que la inseguridad rampante hace parte del “Plan Renacer” de Cano? ¿Qué las Farc cuentan con las Bacrim para reforzar su capacidad de desestabilización? ¿Qué Venezuela y Ecuador engañan al presidente Santos y siguen ayudando a las Farc y que esto se ve en lo que ocurre en Arauca, Cauca y Nariño?

Con la promesa de “negociar la paz”, las Farc engatusaron a Belisario Betancur. La política de tregua y concesiones de éste le permitió a las Farc crear la UP y, al mismo tiempo, forjar con sus aliados una coordinadora guerrillera que atrajo bandidos extranjeros. Esa operación de largo aliento que incluyó una “comisión de paz” que amarraba el brazo del Ejército que defendía el país, culminó con la matanza del palacio de justicia. Los gobiernos  de Samper y Pastrana agravaron enseguida el problema. El país llego a la escalofriante coyuntura de los 3000 secuestros al año, de la gente bloqueada en las ciudades y las carreteras en poder de los bandidos. Y, sobre todo, de unas Farc más arrogantes que nunca, que buscaban partir en dos el país.  Mientras Andrés Pastrana calculaba que permitir tales cosas le abriría las puertas de un premio Nobel, Colombia expiraba bajo un incendio como Roma bajo Nerón.

La política del presidente Uribe salvó al país pero, pese a ello, los colombianos no hemos aprendido nada. Y volvemos a asomarnos al abismo del “diálogo con las Farc” con ojos de vírgenes necias que sonríen ante la Gorgona sin saber de quién se trata.

11 de febrero de 2011

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