CASO PLAZAS VEGA: NO HAY CAUSA PERDIDA

Así que, hoy, cuando pienso en si ha valido la pena tanto sufrimiento por una causa que a veces parece estar perdida, solo me basta mirar a mi alrededor y ver cuánto me ha bendecido Dios con amigos como Lía y su esposo Greg, Eduardo Mackenzie, Olavo, Rodrigo Obregón, Vargas Quemba, que han sido sostén y paño de lágrimas en las horas más terribles

Olavo de Carvalho, con Ricardo Puentes y sus hijos, en Virginia

Caso Plazas Vega: No hay causa perdida

Así que, hoy, cuando pienso en si ha valido la pena tanto sufrimiento por una causa que a veces parece estar perdida, solo me basta mirar a mi alrededor y ver cuánto me ha bendecido Dios con amigos como Lía y su esposo Greg, Eduardo Mackenzie, Olavo, Rodrigo Obregón, Vargas Quemba, que han sido sostén y paño de lágrimas en las horas más terribles

Ricardo Puentes Melo
Ricardo Puentes Melo

Por Ricardo Puentes Melo

Diciembre 27 de 2015

Nadie daba un peso por el Coronel Alfonso Plazas, ni siquiera muchos de sus amigos que hoy lo aplauden y lo agasajan en cuanta reunión hay. Los periodistas a quienes personalmente escuché hablando pestes y burlándose cruelmente de la tragedia de la familia Plazas, hoy le rinden pleitesía y hacen fila para entrevistarlo. Con la excepción de Fernando Londoño y Plinio Mendoza, ningún otro articulista se atrevía a defender la inocencia del Coronel. Nadie quería exponerse al escarnio público. El titán Eduardo Mackenzie, quien no tenía ventana en los grandes medios no desperdiciaba semana sin mencionar el caso Plazas Vega. Fue por Mackenzie y sus repetitivos mensajes que me llegaban al buzón de mi correo procedentes de otros amigos, que ese asunto empezó a interesarme. Se me antojaba que Mackenzie era parecido al niño aquel de la leyenda, en Holanda, que luchó contra el mismo océano para salvar a su país de la hecatombe. Fue gracias a los razonamientos juiciosos de Mackenzie que el tema del Palacio de Justicia y de Plazas Vega que empecé a averiguar y escribir sobre el tema.

Recuerdo también el jolgorio de Semana, El Espectador, El Tiempo y Caracol cuando la juez María Estela Jara condenó a Plazas Vega a pasar el resto de su vida tras las rejas. Ese día me acerqué a los juzgados especializados donde me uní a un pequeñísimo grupo de manifestantes –creo que no eran más de 6 personas- blandían una pancarta de apoyo al Coronel. Allí estaban Rodrigo Obregón y algunos jóvenes de Restauración Nacional. Al otro lado se encontraba Iván Cepeda rodeado de representantes de las ONG y de toda la prensa que hoy le pide entrevistas a Plazas Vega. Además, los familiares de los tales desaparecidos, fuertemente equipados con pancartas, volantes, camisetas, megáfonos y prensa. La escena era hasta cierto punto cómica: de un  lado un puñadito de locos valientes defendiendo a Plazas Vega, y del otro un batallón de mamertos fuertemente dotado y protegido, con congresista y colectivo Alvear a bordo, acallando nuestras consignas con sus potentes bafles y su parafernalia de víctimas. Ese día hubo trifulca. Nos patearon, nos escupieron y golpearon. Hasta el periodista de Telesur y su camarógrafo y asistente nos agredieron. Rodrigo Obregón se defendió asestándole un tremendo golpe a uno de esos proterroristas de Telesur, y los medios de comunicación aprovecharon el papayazo para mostrar a un famoso actor que se había vuelto demente, defendiendo a un “genocida” como Plazas Vega.

El movimiento en defensa del Coronel Plazas Vega no era multitudinario al principio. Pero sí de gente convencida
El movimiento en defensa del Coronel Plazas Vega no era multitudinario al principio. Pero sí de gente convencida

El mismo destino me esperaba a mí. Con el transcurso del tiempo sufrí varios ataques de montoneros marxistas que me reconocían en la calle y, siempre en grupo, como los cobardes que son, me agredían, me propinaban palizas, aunque debo decir que no se iban sin llevarse unas cuantas narices rotas.  En una de esas golpizas me desencajaron la quijada y me dejaron varios meses caminando en muletas.  Mis amigos y familiares me observaban con lástima pensando que yo estaba de psiquiatra.

Y no era para menos. Para el momento en que empecé a escribir sobre el caso de Plazas Vega yo vivía cómodamente

gracias a mi oficio como libretista de televisión. Me la pasaba en cocteles, tertulias, fiestas con amigos de la farándula. Una vida tan alegre como vacía.

En esos días se terminó mi vida "farandulera"
En esos días se terminó mi vida “farandulera”

Cuando abrí un blog para escribir sobre Plazas Vega y defender a los militares injustamente perseguidos, como aquellos “27 del 29”, me cerraron las puertas de Caracol y toda la televisión colombiana. Varios amigos actores se avergonzaban de mí. A pesar de que –perdón por la falta de modestia- tenía bastante éxito como libretista, me cancelaron el contrato para una serie de televisión que estaba escribiendo, me robaron una comedia que prometía bastante éxito y que un libretista insulso transformó en un bodrio. Mi pequeña y naciente empresa fue quebrada prematuramente mamándome gallo con los pagos. En resumen, me dejaron en la calle. Como aún me quedaban algunos amigos en televisión, acudí ellos para que me permitieran desempeñar otra de mis pasiones –la actuación- y así lo hice durante un tiempo hasta que los directivos de los canales se enteraban y se acababan los llamados a trabajar. Humberto Rivera, tal vez el más brillante director de casting que yo haya conocido, luchó mucho para que yo me dedicara a la actuación. “No desperdicie su talento –me decía con exceso de generosidad- Me parece interesante su lucha, pero debería considerar el dedicarse seriamente a la actuación. Usted nació para esto. Deje de molestar con esas cosas, que después todos le darán la espalda”. Humberto logró colarme en varios dramatizados más pero, con el tiempo, ya era imposible pasar desapercibido. Fui vetado, nadie quería verme ni siquiera sirviendo los tintos a los actores.

Hasta una casa en ruinas, en el centro de Bogotá, nos llevó la persecución en mi contra. Solo con un atado de ropa y cobijas. Acá, Alejandro, mi hijo. (Foto Periodismo Sin Fronteras)

De mis hijos, tal vez Irene fue la única que gozó de tiempos boyantes. Abundancia que se convertiría en una pobreza extrema que me llevó a tener que someter a mis hijos a vivir como parias de un lado para otro, durmiendo en colchones en el piso, arrimados y humillados incluso por mi propia familia, sometidos a los caprichos de quienes se deleitaban con nuestros afanes.  Estando refugiados en una casa del centro de Bogotá, que una amiga me prestó por unos meses, tuvimos que convivir con ratas, cucarachas, incluso hasta con habitantes de la calle, drogadictos y delincuentes a quienes el nuevo comprador de esa casa les daba las llaves para que entraran, durmieran y se defecaran en las puertas de las habitaciones para obligarnos a salir de allí antes de la fecha acordada. Fue una llamada con amenaza de bomba lo que nos obligó a salir huyendo de ese lugar. En ese momento el General Navas nos dio alojamiento durante un mes. Luego, conté con la generosidad Manuel Rincón y Lucero Cortés, tan perseguidos como yo, quienes me brindaron su casa en las afueras de la ciudad para refugiarme con mi familia durante muchos días, con todos los placeres de esa hermosa quinta. De esas cosas y otras me extenderé en el libro que saldrá el otro año.

Luego de la condena de Plazas Vega por parte de la Juez Jara organicé de inmediato unos plantones en la Plaza de Bolívar para pedir por su liberación; plantones planeados para el día 1 de cada mes a las 12 del día. Los primeros tuvieron éxito aunque iban pocos familiares de militares. Pero él ánimo se fue apagando poco a poco hasta que un día nadie llegó. Después de una hora de espera apareció un hombre que se presentó como Gustavo Ortiz. Fue el último plantón dedicado a esa causa.

De las primeras marchas y plantones que organizamos en la Plaza de Bolívar

Para ese momento, desde hacía un par de años, mis hijos ya no podían estudiar en ningún colegio. Debido al secuestro de Alejandro y a las amenazas de hacerle daño a Irene, no dudé en sacarla de estudiar de inmediato. Desde ese día vivieron recluidos entre cuatro paredes. En varios años tal vez pude sacarlos dos o tres veces a un parque, y siempre con muchísimo temor, lleno de angustia y esperando lo peor. Fueron años infernales. Ante los reclamos de los niños, tuve que explicarles lo que estaba sucediendo y la razón de su encierro. Cosa que aceptaron con resignación.

La primera gran victoria, el primer gran descubrimiento que hice en el caso del Coronel Plazas Vega, fue encontrar que René Guarín no era el defensor de Derechos Humanos que decía ser, sino un peligroso terrorista del M19, un secuestrador y asesino consumado. Recuerdo muy bien que el día que hice ese descubrimiento, luego de indagar muchas otras cosas (ver: ), estaba estrenando un chaleco antibalas y subía por la calle 17 a la altura de la Caracas, cuando vi que una parejita de muchachos se estaba besuqueando en la acera. Estaban pasando cerca de ellos y, de repente, el joven dio media vuelta y me apuñaleó a la altura del abdomen, una sola vez, retorciendo el arma, y salió corriendo en compañía de su amiga. Quedé lívido. De un almacén de overoles, o algo así, salió una mujer asustada preguntando qué me había pasado. Ahí me atreví a tocarme esperando retirar la mano untada de sangre. Pero no.. Nada. Revisé con la mano y entendí que la puñalada había sido propinada en el chaleco. Así que seguí mi camino. Ese día encontré las pruebas necesarias sobre René Guarín y las envié de incógnito a Claudia Morales, quien tenía un programa de radio en RCN. Pocos días después ella sacó la escandalosa noticia y, en ese mismo segundo, yo publiqué la nota en este Portal.

Everth Bustamante y Camilo Ospina, el ministro que empezó la persecución judicial a los militares junto a Mario Iguarán
Everth Bustamante y Camilo Ospina, el ministro que empezó la persecución judicial a los militares junto a Mario Iguarán. Everth siempre supo quién era René Guarín

Everth Bustamante, senador del Centro Democrático y miembro del Centro de Pensamiento Primero Colombia, quien hoy felicita a Plazas Vega por su libertad, sabía quién era René Guarín y todos esos años guardó silencio cómplice y criminal al callar que conocía perfectamente a Guarín porque que ambos eran de la misma banda terrorista y ambos, Everth y Guarín, luego del indulto al M19, siguieron dictando cursos sobre terrorismo y explosivos a nuevos bandidos reclutados en colegios y universidades. Si Everth hubiera hablado, si hubiera dicho que Guarín era un bandido y que el “reconocimiento” de los tales desaparecidos que él estaba haciendo en los videos de TV de la época no eran más que un complot urdido por los narcoterroristas y toda su mafia judicial para vengarse de Plazas Vega y el ejército, el Coronel no habría tenido que pasar 8 años y medio tras las rejas.

Luego llegó el descubrimiento de que la Fiscalía tenía en su poder 27 cadáveres calcinados que fueron exhumados de la fosa donde depositaron los cuerpos del holocausto del Palacio de Justicia. José Vicente Rodríguez, asesor científico de ese asunto, me concedió una entrevista y en ella me contó que entre esos 27 cadáveres estaban los desaparecidos y que la Fiscal Buitrago lo sabía perfectamente ya que se le había practicado prueba de ADN a uno de esos restos y habían identificado plenamente a uno de los “desaparecidos”: Ana Rosa Castiblanco.  La noticia tuvo eco en “La Hora de la Verdad”, dirigida por el ex ministro Fernando Londoño. Ningún otro medio la repicó. Ni un solo periodista de esos que hoy piden entrevista a Plazas Vega mencionó nada. Solo “La Hora de la Verdad”, “Realidades”, dirigida por Miguel Posada (q.e.p.d) y, por supuesto Periodismo Sin Fronteras, publicaron estas escandalosas revelaciones.

Pero lo que la prensa no pudo ignorar fue mi tercer aporte al caso del coronel Plazas Vega. Luego de muchos trabajos

Edgar Villamizar Espinel
Edgar Villamizar Espinel. !Cómo le dolió a la “gran prensa” el que yo hubiera descubierto y entrevistado a este testigo..!

(aún seguíamos conviviendo forzosamente con las ratas en esa casa del centro) pude encontrar al “testigo estrella” de la Fiscalía, la única prueba directa mediante la cual la juez Jara había condenado a Plazas Vega a la sentencia horrenda de 30 años de prisión… el resto de su vida tras las rejas. Se trataba del cabo Edgar Villamizar Espinel. Él accedió a hablar conmigo siempre y cuando no publicara nada hasta que él me lo autorizara. Le cumplí.

En esa ocasión me manifestó que no conocía al Coronel Plazas Vega, que jamás había estado en los hechos del Palacio de Justicia, razón por la cual nunca habría podido ser testigo de la supuesta frase de Plazas refiriéndose a los “desaparecidos”: “cuelguen a esos hps”. Le pregunté por qué, si eso era cierto, él había declarado todas esas mentiras registradas en unas hojas que eran la prueba de la Fiscal Ángela María Buitrago contra el Coronel, y me contestó desesperado: “usted no me entiende.. Lo que le quiero decir es que ese testimonio no es mío, nunca declaré nada de eso, ¡esa no es mi firma..! ¡No conozco a esa tal fiscal Ángela María Buitrago..!” Meses después logré convencerlo de que acudiera a la Procuraduría para que declarara eso. Y otros meses más adelante lo convencí de asistir ante el juez que llevaba el proceso contra el Coronel Sánchez, por los mismos hechos.

La prensa “honorable” del país se volcó en mi contra. Julio Sánchez Cristo me llamó para preguntarme sobre el caso y, al aire y sin avisarme nada, me puso al ex Director del DAS, el peligroso Ramiro Bejarano para que me destrozara argumentalmente. No pudo. El que se desencajó totalmente fue Bejarano cuando le pregunté quién había asesinado a Álvaro Gómez Hurtado.

Luego, Daniel Coronell me dedicó una columna insinuando que yo estaba siendo pago por alguien, tal vez por el uribismo, para defender a Plazas Vega. Siguió Cecilia Orozco, las ONG en sus portales, el periódico VOZ, Anncol… la lista era larga y siguió creciendo a diario.  En medio de la proverbial pobreza en la que ya estaba sumido, yo no podía dejar de sonreír ante las idioteces de estos periodistas que me acusaban de recibir ingentes recursos para escribir. Recibí, claro, algunas ayudas provenientes de amigos que me permitían realizar esa tarea. Pero las ayudas eran, como es fácil suponerlo, mucho más pequeñas que las necesidades básicas para subsistir y realizar mi tarea de investigación periodística.

Aida Avella arengando contra el Colombia. La escuchan complacientes Piedad Córdoba y Andrés Villamizar, entre otros
Aida Avella arengando contra el Colombia. La escuchan complacientes Piedad Córdoba y Andrés Villamizar, entre otros. Villamizar lideró la persecución para quitarme a mis hijos

Fueron muchas más peripecias y angustias las aguantadas en estos años. Estuvo la persecución de Andrés Villamizar, el Director del ICBF y otros funcionarios del gobierno de Santos y la administración de Petro, quienes se unieron a la rastrera acusación de Andrés Villamizar, a la postre director de la UNP, quien envió una nota al ICBF asegurando que yo estaba abusando sexualmente de mis pequeños hijos. Con esta maldad pretendían quitarme a mis hijos. Ya habían notado que no podían callarme llevándome a la ruina, atentando contra mi vida ni atacándome desde los grandes medios de comunicación ni buscando mi desprestigio al llamarme “loco”, “extremista de derecha”, etc.. Encontraron que la única manera era quitándome a mis hijos, cosa que me destrozaría totalmente mi vida.

En un proceso kafkiano, donde se unieron “todos mis enemigos”, según declaraciones de Miryam López Castañeda y Ronald Torres López, cuya familia es contratista del Estado y de la administración de Petro, mis hijos estuvieron sometidos durante cerca de un año a audiencias, visitas sorpresas, amenazas del ICBF de que los iban a llevar a donde otra familia, etc. Llegó a tanto el grado de desesperación de mis niños, que cuando la nutricionista les dijo que estaban bajos de peso, creyeron que por esa razón podrían apartarlos de mi lado, y se dedicaron a atragantarse de comida hasta el punto del vómito… todo para que no los arrancaran de mi lado.  En una visita sorpresa de funcionarios del ICBF y la Comisaría de Familia de Engativá, cómplices de la infamia, mi hijo Alejandro se escondió debajo de la cama. Allí lo encontré sollozando y temblando de miedo, creyendo que venían a llevárselos a otro lado.

En estos años tuve el apoyo de mi incondicional amigo Eduardo Mackenzie. Sus palabras de ánimo y sus editoriales en mi defensa me llenaban de renovadas fuerzas. Estuvo la alemana Annette Tessman, quien enloqueció a este gobierno a punta de cartas hasta que, luego de una campaña de firmas liderada por Alberto Acosta (Restauración Nacional), obligó a que se me otorgara un esquema de seguridad, que duró un año hasta que me lo quitaron en castigo por denunciar un plan para asesinar a Álvaro Uribe valiéndose, precisamente, de informaciones de su esquema de seguridad.

Miguel Posada Samper haciéndome el honor de presentar mi libro “Perafán, biografía no autorizada del Capo del Cartel de Bogotá”

Recibí ayudas generosas de dos o tres amigos que me encargaban correcciones de textos o ayudaban a financiar mis investigaciones, cuyos nombres guardo gratamente. Entre ellos estuvo Miguel Posada Samper (q.e.p.d), un paladín en esta lucha por la democracia.

Cuando retomé el tema de la corrupción en la UNP, y a pesar de que el caso del ICBF estaba cerrado y se había demostrado que jamás había abusado sexualmente de mis hijos, tal como me acusó ese canalla, recibí una nueva llamada del ICBF, ya bajo la dirección de Cristina Plazas Michelsen. Se me citaba para quién sabe qué cosas. Desesperado porque mis hijos no aguantarían otro año de vejaciones y amenazas, le comenté a Gracia Salgueiro sobre mi desespero.

Horas más tarde, ella se comunicó conmigo y me transmitió la noticia salvadora: El gran Olavo de Carvalho, amigo mutuo, me ofrecía toda su ayuda en Estados Unidos para que viajara a esta nación. No lo pensé dos veces. Empaqué lo que pude en unas maletas y salimos disparados del país. Dejé a mi familia allá y regresé para trabajar en la UTL que me asignaron en el Centro Democrático: la de Alfredo Rangel. No me entusiasmé mucho con esa “oportunidad” pero, ante la necesidad, acepté. Era la única manera de poder enviar algo de dinero a Estados Unidos para mantener a mi familia.

El Honorable Senador Alfredo Rangel, Carlos Valverde y Fernando Alameda, Director del CPPC
El Honorable Senador Alfredo Rangel, Carlos Valverde y Fernando Alameda, Director del CPPC

La dicha no duró demasiado. Tan pronto estuve de vuelta publiqué otro artículo sobre la corrupción en la UNP y de inmediato fui llamado por Alfredo Rangel a rendir cuentas. Rangel y Fernando Alameda, en resumida historia, me dijeron que si seguía publicando contra Villamizar me despidiera de mi trabajo.  El segundo llamado ocurrió en la oficina de José Obdulio Gaviria, a quien yo consideraba mi amigo. Allí Fernando Alameda me comunicó el ultimátum: Si no cerraba Periodismo Sin Fronteras, me quedaría sin empleo. Ni Rangel ni José Obdulio estaban dispuestos a aceptar que yo siguiera escribiendo denunciando a Andrés Villamizar y sus primos los Galán Pachón, muy amigos de Rangel todos ellos y nuevos mejores amigos de José Obdulio.

Por supuesto, protesté por la censura. Y me echaron de inmediato. Pedí trabajo en varias UTL pero, según me dijeron, todas estaban copadas. No había campo para mí. Así que lo único que podía esperar era pelear una posición en la lista al Concejo de Bogotá por el CD. Allí podría garantizar que seguiría haciendo mi trabajo de fiscalización contra la corrupción sin tener que morirme de hambre ni someter a mi familia al mismo destino. Pero tampoco hubo lugar para mí allí. Luego de jugarretas y triquiñuelas por parte de Miguel Uribe y las directivas del Centro Democrático a nivel distrital y nacional, me dejaron fuera del juego “democrático”.

Aún con el apoyo moral del expresidente Álvaro Uribe y Francisco Santos (candidato a la Alcaldía de Bogotá), comprendí que no era querido allí. Como puntillazo final recibí una grabación donde se confirmaba que José Obdulio Gaviria, a quien yo admiraba y apreciaba profundamente, era quien había dado la orden de sacarme de la UTL y alejarme del CD. No sé qué obtuvieron a cambio. Pude constatar que los abrazos y palmadas con los Galán y Villamizar se multiplicaron, y que muy pronto estos dos senadores y sus familias estaban con reforzados esquemas de seguridad, camionetas blindadas relucientes y, por supuesto, poderosos amigos en el gobierno de Santos.

Aún dispuesto a seguir dando la pelea por la verdad, decidí quedarme a sabiendas de que en Colombia moriría de hambre o a balazos, pero si me iba a Estados Unidos no podría sostener a mi familia ya que no tenía permiso de trabajo. Pero cuando la Fiscal Ángela María Buitrago, en contubernio con la Fiscalía, me montaron un proceso donde se me violó del debido proceso y el legítimo derecho a la defensa, embargándome un único y modestísimo bien que aún poseía y que yo pretendía vender para mantener a mis hijos, creí que la causa estaba perdida.

A esa audiencia de imputación de cargos acudieron mis amigos, de esos que están en las buenas y en las malas. La defensa la asumió gratuitamente el abogado John Saulo Melo. La Buitrago me miraba triunfadora y complacida de ver cómo yo estaba en el más bajo fondo que se pueda tocar. Traicionado por José Obdulio, humillado por Rangel y Alameda, observando la angustia impotente del presidente Uribe ante las decisiones de estos personajes y las trampas del directorio del CD en Bogotá, por primera vez en mi vida sentí que estaba totalmente vencido. Esa noche de la audiencia de imputación, acompañado por Sonia Talero, Jinny Dupré, Inés Melo, Gustavo Ortiz y los amigos de Restauración Nacional, sentí el enorme poder de los criminales. Supe que me meterían a la cárcel de donde no saldría sino muerto.

A los pocos días se anunció en la prensa que la Fiscalía tenía listo un voluminoso expediente en mi contra donde se me señalaba de armar un golpe de Estado en compañía del General Rito Alejo del Río. No había otra salida que irme del país de inmediato.

Con mis amigos Pedro Corzo y Ana María Cabal, en Miami

En Estados Unidos supe que mi amigo Olavo de Carvalho estaba siendo presionado por otros intereses para que desistiera de ayudarme. Se le estaba diciendo mentirosamente que tendría problemas porque, según esas personas, mi familia y yo éramos ilegales. Olavo se mantuvo firme en protegernos pero yo podía ver su angustia. Mi amiga Ana María Cabal me ofreció su apoyo pero eso le traería muchos problemas. Muchas más cosas pasaron en menos de un mes. Pero solo diré que en medio de la soledad y la incertidumbre decidí arrancar para Canadá para evitarle problemas innecesarios a Olavo. ¡Bastante había hecho ya..! Estaba ya decidido cuando encontré a la hija de Miguel Posada, Lía Fowler.

Lía y su esposo Greg se convirtieron en nuestros ángeles guardianes. En el apoyo y sostén constante que necesitábamos. Con una generosidad desprendida, sin siquiera conocernos, nos extendieron su mano cuando más la necesitábamos. Lía se encargó, con el apoyo de Greg, de abrir un Fondo, en Gofundme, una recolecta que atrajo la ayuda de muchos amigos que yo ignoraba tener. Gente que no conocía personalmente empezó a donar y donar dinero. Lía misma, su esposo Greg y Nicolás Posada hicieron las primeras donaciones. Pudimos trastearnos del estrecho cuarto donde vivíamos. Recuerdo todavía cuando Lía me dio la noticia de que podría llevarme a  mi familia lejos, incluso a otro Estado. Yo estaba en WalMart y mis hijos miraban la zona de juguetería mientras comprábamos víveres. Las palabras de Lía hicieron, literalmente, que me pusiera a llorar agradecido por la bondad de los Fowler y de todos los amigos que donaron para que esto fuera posible.

Por medio de Lía llegó la ayuda de los abogados de una prestigiosa firma que aún no estoy autorizado para mencionar. También otro amigo, dueño de una escuela de idiomas, se ofreció para enseñarme a través de Skype.

El 4 de julio pasado, mientras observábamos los juegos prirotécnicos del día de la independencia de Estados Unidos, una mujer llamada Linda, que hoy es nuestra amiga, le dijo a mis hijos, con lágrimas en los ojos: “Bienvenidos a esta gran nación, la tierra de la libertad.. Que este sea un nuevo comienzo sin temores” ¡Qué hermosas palabras y qué bello gesto de alguien que poco conocíamos en ese momento..!

Mis hijos entraron a estudiar en septiembre, gracias al apoyo de los amigos que nos colaboraron con el Fondo. ¡Fue toda una novedad para ellos! Luego de unos días de clases, la profesora de Sarah, mi hija de 9 años, nos llamó y, en medio de sollozos, dijo que estaba muy conmovida con algo que la niña le había dicho. En una reunión donde se encontraban la directora y los profesores, dándoles la bienvenida a los niños nuevos, le preguntaron a Sarah qué era lo que más le gustaba de Estados Unidos. Ellos esperaban escuchar algo como “Walt Disney World, los parques, etc.” Pero la respuesta les arrugó el alma: “Lo que más me gusta de América es que acá por fin me siento muy segura…”

Ese día entendí cuánta desazón había causado mi lucha en esas pequeñas criaturas. Pensé en las traiciones e ingratitudes, en las angustias por las que ellos habían pasado, en las carreras a escondernos, en el miedo constante de ellos cuando abandonábamos un sitio para ir a otro, en las carencias sufridas, en el desprecio hasta de mi propia familia. Y pensé “¿Ha valido la pena todo esto que les hice pasar a mis hijos?”

La respuesta pronto me llegaría. Este pasado 16 de diciembre yo estaba pendiente –como todos los miércoles- de las noticias acerca de la decisión de la Corte Suprema de Justicia sobre el caso Plazas Vega, al mismo tiempo que luchaba con unos textos de química, en inglés, para ayudar a mi hija Irene con su tarea. Tan pronto me enteré a través de mi contacto en la Corte, de que el Coronel era un hombre libre, coloqué un par de trinos, envié sendos mensajes de felicitación al Coronel Plazas y su esposa la senadora Thania, y tomé unos segundos para permitir que la película de toda la tragedia cruzara por mi mente. El primer mensaje que me entró fue de Lia Fowler, plena de alegría ya que tan solo unos días antes su hermano Nicolás y ella habían liderado una iniciativa de firmas pidiendo la liberación del Coronel Plazas. Estaba dichosa.

Un minuto después me escribió Fernando Vargas Quemba: “Te felicito, hermano. Esto es tu trabajo como

Ricardo Puentes y Fernando Vargas Quemba, antiguo compañero de luchas. Acá en el primer cacerolazo contra Santos

periodista.. !Me consta, hp..! ¡Nada ni nadie te quita este logro por más ingratitud que haya..!”

Y luego, en menos de tres minutos entró el mensaje del Coronel Alberto Acosta quien me envió el link donde el Coronel Plazas Vega agradecía en BluRadio el que yo hubiera encontrado las pruebas salvadoras.

Salí de mi cuarto-estudio hacia el comedor, donde estaban mis hijos tomando onces. Irene me preguntó por qué tenía yo los ojos aguados y estaba sonriendo. Le dije que se había hecho justicia y que el Coronel Plazas Vega había sido absuelto. Quedaron boquiabiertos. Sarah, la menor, preguntó si Plazas Vega era aquél que yo defendía tanto, y le  respondí que sí, que era el mismo de quien ellos habían escuchado hablar tanto, el héroe que había salvado a Colombia de caer en manos de los bandidos.

Alejandro me miraba con sus enormes ojazos desde el otro extremo de la mesa. Sin musitar palabra, aprovechando un silencio que hubo en la mesa, empezó a aplaudirme con admiración, cosa que imitaron dichosas mis hijas. Alejandro, que no es dado a elogios, me dijo algo que jamás voy a olvidar: “Tú eres mi héroe.. Y algún día quiero ser como tú, papi..”

Así que, hoy, cuando pienso en si ha valido la pena tanto sufrimiento por una causa que a veces parece estar perdida, solo me basta mirar a mi alrededor y ver cuánto me ha bendecido Dios con amigos como Lía y su esposo Greg, Eduardo Mackenzie, Olavo, Rodrigo Obregón, el General Rito Alejo del Río, Vargas Quemba, Carlos Romero, Orlando Saldaña y varios más cuyos nombres conservo gratamente, que han sido sostén y paño de lágrimas en las horas más terribles, cuando releo los cientos de mensajes de apoyo que me escriben en las redes sociales o acompañando las generosas donaciones que nos han permitido subsistir acá en Estados Unidos mientras tenemos permiso de trabajo, no puedo dudar en la respuesta que surge del agradecimiento a mis amigos, aquellos que conozco personalmente y aquellos que aún no:

Sí ha valido la pena. La causa aún no está perdida.

@ricardopuentesm

ricardopuentes@periodismosinfronteras.com

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