DE MALOS COMIENZOS

Cuando ya la Reforma era norma completa, alguien descubrió lo que contenía y armó la tremolina. Sin gazapera popular, el Presidente no habría visto nada. Ni se habría incomodado. Ni habría montado este espectáculo, que está para alquilar balcón

De malos comienzos

Fernando Londoño Hoyos

Por Fernando Londoño Hoyos

Junio 28 de 2012

Los congresistas, a poco andar descubrieron de perlas la ocasión para resolver un poco de cuestiones que los traían desde hace ratos acongojados. Y, servido el plato, se abalanzaron a devorarlo.

… siguen peores finales. La sentencia es tan vieja como don Baltasar Gracián, que pasó por este mundo hace cinco siglos. Pero mantiene toda su lozanía. Y se nos acomoda como anillo al dedo al último reciente desastre del Gobierno en el Congreso. Como si el marco para la paz no bastara para comprobar que no andamos por buen camino, aquí no se encienden alarmas, hace rato disparadas, sino que se comprueban motivos de perplejidad y malestar.

No fue fácil descubrir qué se proponían los doctores Santos y Vargas Lleras con el Proyecto de Reforma Constitucional de la Administración de Justicia que llevaron al Congreso. Fuera del encomiable propósito de acabar con el entuerto del Consejo Superior de la Judicatura, ni el único ni el peor de la Constitución del 91, parecía que los autores no tenían mejores ideas cuando emprendieron la marcha. Viendo que eran tan pocas y tan poco sustanciosas, las cortes se mostraron apáticas, hasta que las convenció la mermelada que para ellas escribieron, extender sus períodos por cuatro años y elevar a 70 la edad de su retiro forzoso. Ya no les pareció tan fea la criatura y resolvieron acompañar su bautizo.

Los ministros Esguerra y Vargas Lleras, con el presidente Santos. Artífices de la malograda reforma

Tampoco hubo entusiasmo en el Congreso, con todo y lo dócil que se muestra ante la voz del amo, el que reparte billones entre sus miembros, con la munificencia que suele tener el generoso con las cosas ajenas. Pero a poco andar descubrieron de perlas la ocasión para resolver un poco de cuestiones que los traían desde hace rato acongojados. Y, servido el plato, se abalanzaron a devorarlo. Garantías por acá y por allá, dificultades casi insalvables para que alguien los molestara con investigaciones y con juicios, desaparición de causales para perder la investidura, requisitos harto estrictos para que fueran detenidos, todo demostró que habían aprendido de los procesos por ‘parapolítica’, tantos de ellos detestablemente injustos, y que no querían que les repitieran la dosis. En pocas palabras dicho, los congresistas tuvieron bien presente que la Constitución no quedó escrita por gente que les guardara simpatía, y resolvieron desfacer aquel agravio.

También eliminaron la Comisión de Acusación de la Cámara de Representantes, por la que bien se sabía no habría lágrima derramada. Poco más que eso tenía la Reforma, que se quedaba en mucho aparato para tan poca cosa. Fue cuando llegó el ministro Esguerra, quien le introdujo temas bien diseñados y útiles. La Constitución del 91 había sido demasiado celosa en diseñar un poder judicial por fuera del cual no habría salvación, y el sacrificado ministro abrió el compás para que los particulares encontraran formas más amables y expeditas para resolver el número enorme de los conflictos que soportan. Buena idea y aceptable manera de desenvolverla.

Eso era todo. Y era un todo visible para cualquiera que se hubiera interesado en tomarle el pulso a la iniciativa. No hubo trampa ni marrulla, y la parte sensible del proyecto, la multiplicación de garantías y ventajas para sus autores, era evidente y explicable. El cuento de los ‘micos’ es fábula pura. Alguien debía cargar la culpa y los conciliadores sirvieron de cirineos y Esguerra, de Señor caído.

Cuando ya la Reforma era norma completa, alguien descubrió lo que contenía y armó la tremolina. Sin gazapera popular, el Presidente no habría visto nada. Ni se habría incomodado. Ni habría montado este espectáculo, que está para alquilar balcón. Los que algo sabemos de Derecho Constitucional estamos como en corrida de toros. Esperando cómo hace el matador para resucitar el toro y volverlo a matar con estocada en todo lo alto. Que es más o menos lo que los rábulas de Palacio pretenden, hundiendo una Reforma que con todo lo malo y perversa que parezca anda viva por el mundo.

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