El Foro de Sao Paulo, Socialismo del Siglo XXI

Gasto irracional y corrupción

La corrupción alcanza magnitudes que la hacen intratable por sus remedios propios, los judiciales, como sería en un sistema liberal; por eso la impunidad. Pero no sirve para explicar las calamidades del sistema

Alberto Mansueti
Alberto Mansueti

Por Alberto Mansueti

Diciembre 30 de 2015

Los socialistas hacen creer a la gente que “el Estado es para redistribuir la riqueza”, brindando educación gratis, salud y jubilaciones gratis, regalos y subsidios “¡para el pueblo!”

Gran mentira: nada hay “gratis” en la vida. A los gastos del Estado los pagamos con impuestos. Y entre las contribuciones (y multas) “impuestas” se cuenta la deuda del Estado, un impuesto diferido; la inflación, un impuesto disfrazado; y las confiscaciones de empresas y activos económicos a título de “expropiaciones”.

Pero la educación, la atención médica, las jubilaciones y en general los servicios que presta el Estado son magros y de mala calidad. Las empresas del Estado suelen dar pérdidas. Y a la economía privada, el Estado también le decreta las cargas reglamentarias, llamadas “regulatorias”. Así no resulta muy productiva. La fiscalidad es salvaje, por ej. en Argentina, los impuestos se llevan un 50 % de la economía formal, o sea “en blanco”. En otros países la tributación se acerca peligrosamente a ese número. Así la pobreza se resiste a desaparecer, porque la “recuperación” de la economía no llega nunca.

El sistema no funciona. Y para no culpar al socialismo como tal, sus defensores buscan un pretexto: nos hacen creer que es culpa de “la corrupción”. La histeria “anticorrupción” puso a la clase media furiosa e “indignada”, y su rabia impulsó a la cumbre del poder a los capos del socialismo más duro, los del Foro de Sao Paulo. ¿Y la corrupción? Sigue allí. Ahora se quiere quitar a los Presidentes de la noche a la mañana, exigiendo “meterlos en la cárcel”, demanda irrealista que causa mucha turbulencia.

Veamos. La corrupción, ¿es tan elevada? Obviamente es difícil medirla, pero los estudios serios arrojan cifras pequeñas, comparadas con el tamaño de la economía en su conjunto, y del Gasto Fiscal.

En Colombia por ej. la corrupción se lleva sólo el 4 % del PIB; igual en México y España. Seguramente es menos, si consideramos que el PIB subestima la economía informal, cuyo tamaño relativo en países como Bolivia es el 66 % de la economía entera. En América latina, la Unión Europea y otras regiones del mundo, según el FMI, Banco Mundial y algunos institutos universitarios, los promedios gastados en sobornos y los demás pagos ilegales son inferiores al 5 % del PIB.

Juan Manuel Santos, Evo Morales y Rafael Correa, gobiernos donde el derroche y la corrupción campean
Juan Manuel Santos, Evo Morales y Rafael Correa, gobiernos donde el derroche y la corrupción campean

Los Presupuestos Fiscales están en torno a un 35 a 40% del PIB. Eso implica que la corrupción puede estar entre un 10 % y un 20 % del gasto del Estado en cada país. Pero no más. Sin duda es robo; es un robo al Estado. Pero ¿y el resto del dinero? ¿Y el 80 % a 90 % que no se roban? Eso es “gasto irracional”, nombre elegante para el despilfarro: gasto ineficiente o improductivo.

La explicación es simple: nada ni nadie puede ser eficiente y racional haciendo lo que por naturaleza no puede hacer. Ejemplos: un cocinero no puede ser eficiente tocando el violín, ni un violinista ser eficiente preparando un soufflé. Es ontológicamente imposible. El Estado es “el monopolio legal de la fuerza” según la clásica definición de Max Weber. Y la aplica, mediante un tipo de organización racional y eficiente para el empleo de la violencia, tratando con la guerra, el crimen, y con quienes lo quieren pagar los impuestos para contratar la construcción y mantenimiento de caminos, puentes y embalses, etc. Porque esas son las funciones propias del Estado, que hoy incumple, por pretender abarcar demasiado.

La organización, típicamente estatal, es la “burocracia”. Por eso, para cumplir sus funciones propias el Estado dispone de burocracias armadas, como el ejército y la policía; o desarmadas como la diplomacia, que es la cara civil de las fuerzas de defensa externa; la rama judicial, para juzgar a los criminales que atrapa la policía; y el Ministerio de Obras Públicas, de los pocos que se justifica y tiene razón de ser, para la infraestructura física.

Hoy en día, miles de miles de burócratas gastan toneladas de dinero tratando de hacer cosas que no pueden: producir bienes y servicios de toda clase, entre ellos la moneda, y “supervisar” a los agentes productivos privados en la economía; proporcionar educación a párvulos y adultos; curar a los enfermos; atender a pobres y desvalidos, etc., etc. Y largo etc. de funciones no propias del Estado, que nos fueron “usurpadas” a los particulares, juntamente con todos los poderes (libertades) y recursos necesarios para cumplirlas.

¿Y por qué las burocracias no pueden hacer esas cosas bien, y con eficiencia en el gasto? Simple: porque no trabajan en condiciones de competencia, ni con ganancias y pérdidas, que es la brújula para ver si van bien, mal o regular, y para orientarse, corregir errores, sobrevivir y progresar. Como lo hacen empresas, centros educativos, clínicas, AFJPs y otras entidades privadas, que se manejan por su cuenta y riesgo, y están obligadas a soportar a los competidores en sus mercados.

Cristina con Chávez, Lula da Silva y Juan Manuel Santos
Cristina con Chávez, Lula da Silva y Juan Manuel Santos

La corrupción alcanza magnitudes que la hacen intratable por sus remedios propios, los judiciales, como sería en un sistema liberal; por eso la impunidad. Pero no sirve para explicar las calamidades del sistema.

Aunque sirve para otros fines: (1) para hacer super-ricos a los corruptos; (2) hacer “caja” en campañas electorales y demás actividades políticas; (3) para que los corruptos hábiles y expertos en borrar huellas puedan acusar de “corruptos” a los ineptos en esas artes, y quitarlos del juego adelantando así sus propias carreras personales; y (4) sobre todo, para distraer la atención del público en interminables escándalos y chismes. Así evitan que pongamos la atención en el fondo del asunto, y demás realidades que nos ocultan.

¡Feliz Año, si es que se puede!

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