IVÁN MÁRQUEZ Y LOS ANGELITOS DE ALGECIRAS

Pero la razzia más escabrosa, alucinada, aterrorizante, fue la que ordenó directamente el antiguo congresista, y nuevamente comandante, Iván Márquez

Iván Márquez y los angelitos de Algeciras

José Obdulio Gaviria
José Obdulio Gaviria

Por José Obdulio Gaviria

18 de julio de 2013

Dicen los que estuvieron allí que nunca se verá una escena más dantesca y se sentirá una tristeza más desgarradora. Las Farc atacaron con metralla, dinamita y morteros a los angelitos vestidos de policías. Convirtieron sus cadáveres en guiñapos. Recuerdan los habitantes de los pueblos en donde las los “comandantes” Herrera y Márquez habían “detectado afiliación política a las huestes enemigas”, que las fotografías de la escena del crimen se repartieron prolíficamente, a fin de que nadie osara saludar, dar un vaso de agua, alojar y, menos, confraternizar con los odiados policías del “régimen”.

Corría el mes de noviembre del año 1990. Ejercía la presidencia Cesar Gaviria. Él, como todos sus antecesores, desde Belisario Betancur, había optado por la vía de la “solución negociada al conflicto armado” y, en consecuencia, su gobierno permitía a las Farc tener un santuario en el que moverse libremente los miembros del secretariado y algunos de los cuadros que habían regresado a las montañas luego de haber hecho méritos fungiendo como congresistas de la organización semilegal UP. Mediante la cobertura UP, las Farc desarrollaban públicamente su labor política proselitista.

Los visitantes al campamento, los más asiduos (parlamentarios, ministros, empresarios, periodistas, oenegeros, curas, etcétera), recuerdan nítidamente dos personajes con mucha vocería, con mucho liderazgo, con pose de futuros “conductores de la nación”: Braulio Herrera e Iván Márquez. Cuentan que fueron ellos quienes llevaron una grave preocupación al secretariado, producto de la experiencia electoral que los puso en contacto con muchos ciudadanos del común: había en la población colombiana una enorme presencia y evidente simpatía por las fuerzas armadas. La respuesta del secretariado no fue la que recomendaba la lógica política: ganarse a la población con campañas de acercamiento. Al contrario. Lo que ordenaron fue ejercer una reacción punitiva; castigar a quienes fraternizaran con policías y soldados. Esa es la génesis de la campaña de asesinato de las muchachas del Oriente antioqueño que se ennoviaron con policías, o su rapto para enrolarlas a la fuerza.

"Iván Márquez"
“Iván Márquez”

Pero la razzia más escabrosa, alucinada, aterrorizante, fue la que ordenó directamente el antiguo congresista, y nuevamente comandante, Iván Márquez. Resulta que en Algeciras (Huila), zona sometida desde siempre a la inclemente presencia de las Farc, varios ciudadanos le habían dado vida a un programa cívico-policial. Entre las muchas actividades, había un semillero de cooperantes con la fuerza pública, integrado por los niños de las escuelas que se destacaran por su liderazgo y sensibilidad social: la organización de los “patrulleritos”. Ellos, con sus uniformes de policía y su bastón de mando, los domingos, y en las ocasiones cívicas más importantes, orientaban a los ciudadanos sobre por dónde podían pasar o no; cuál era la ruta de una competencia; le hacían calle de honor al Santísimo Sacramento o formaban barreras humanas, tomados de la mano, para significar que las personas no podían acceder a un lugar, atravesar una calle o acercarse más de lo debido a una persona o una imagen.

¡Eso es paramilitarismo!, dijeron los farosos. ¡Eso es involucrarse en el conflicto interno armado!, ¡eso es convertirse en objetivo militar!, sentenciaron, “sociológicamente y jurídicamente”. Así, por obra y gracia de unas ideas febriles y alucinadas de los pseudo comandantes Herrera y Márquez, nació la decisión del secretariado de las Farc de infligir un castigo ejemplar a los niñitos de Algeciras (Huila) y a sus “malvados progenitores y maestros”.

Dicen que el “ataque” fue comandado personalmente por Herrera y Márquez. Un domingo, cuando los niñitos iban hacia una vereda en plan de ejercer su presencia, entre juguetona y pedagógica, en una competencia ciclística, la banda terrorista extendió una barrera de troncos y alambre de púas que negó el paso por allí de cualquier clase de vehículo. Cuando llegaron los niñitos en el carro tipo pick up al sitio, actuaron como lo que eran, como niños. Juguetonamente fueron a retirar el obstáculo, sin saber que un cobarde miliciano esperaba la señal para iniciar uno de los típicos ataques de dinamita y metralla que suelen hacer las Farc. Dicen los que estuvieron allí que nunca se verá una escena más dantesca y se sentirá una tristeza más desgarradora. Las Farc atacaron con metralla, dinamita y morteros a los angelitos vestidos de policías. Convirtieron sus cadáveres en guiñapos. Recuerdan los habitantes de los pueblos en donde las los “comandantes” Herrera y Márquez habían “detectado afiliación política a las huestes enemigas”, que las fotografías de la escena del crimen se repartieron prolíficamente, a fin de que nadie osara saludar, dar un vaso de agua, alojar y, menos, confraternizar con los odiados policías del “régimen”.

Años después, Herrera fue fusilado por sus propios colegas de las Farc. Dicen que la orden de matar niños le abrió una sed insaciable de sangre, lo que lo condujo al asesinato de sus propios compañeros. Márquez oficia hoy como el nuevo gurú de la democracia en América. Desde La Habana, acogido como uno de los líderes del Alba y de la Coordinadora Continental Bolivariana, le da línea a los partidos de esa corriente, mientras que él mismo, como Maduro en Venezuela, como Evo en Bolivia, como Ortega en Nicaragua, se convierta él mismo, en el primer magistrado de Colombia.

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