LA PACIENCIA COLOMBIANA

El fiscal Iguarán y los que se enroscaron en la Dirección Nacional de Estupefacientes le quitaron a Colombia la más grande oportunidad de Justicia y Paz que jamás tuviera

LA PACIENCIA COLOMBIANA

Fernando Londoño Hoyos

Por Fernando Londoño H

Contra todo lo que pensarse pueda, la paciencia colombiana tiene proporciones bíblicas. Cuando Job, el Santo, recibía la catarata de malas noticias que lo destrozaban, ofrecía a Dios cada quebranto y le agradecía sus padecimientos. Nosotros sufrimos igual, pero no por virtud egregia, sino por dejadez, por abandono o por cobardía.

Los millones de compatriotas que hoy padecen en malos albergues su tragedia, esperando un plato de comida o una colchoneta donde reposar su maltrecha humanidad, sufren en silencio. Ni una sola protesta seria se ha levantado de aquellas gentes contra las corporaciones ambientales que lo malbarataron todo y que hicieron más amargas sus penas. Son decenas de miles de millones de pesos que, invertidos en grandes planes forestales, en cuidado de los diques, en drenajes oportunos, habrían mitigado, o quizás evitado, la magnitud del desastre. Pero paciencia mandan.

Hace ya dos años, unos avispados estafaron a más de 300 mil familias en cuantía que excede los dos billones de pesos. El Procurador que debió impedir que robaran a tantos, sin hacer nada, un tal Maya Villazón, no ha recibido un reclamo. Y el Fiscal que nunca quiso darse cuenta de lo que pasaba, porque los abogados y asesores de DMG, que se enriquecieron a raudales y eran por coincidencia sus íntimos amigos, anda de embajador en Egipto. Millones de vidas sin horizonte no han valido para una queja. Ni para un castigo serio.

Estamos de regreso de unas fiestas sorprendentemente concurridas. Y no hay viajero que no haya sufrido la calamitosa condición de las carreteras en Colombia. Las más concurridas de todas, las que separan a Bogotá de Girardot, demandan los peajes más caros del mundo. Y en la que se construye una doble calzada, todo es lento, todo malo, todo abandonado. Solo funciona a pedir de boca, claro, el suculento peaje. En esas tres horas de aflicciones, no hay transeúnte que no maldiga. Pero en silencio. Si acaso, para que lo oigan los de su carro. El colombiano se deja esquilmar sin pronunciar palabra.

Mario Iguarán y Ascencio Reyes (foto Semana)

Que es lo que pasa en esta desventurada capital de la paciente Colombia. Todos saben que no hay obrita sin serruchito. Y en las grandes, lo que se padece es un verdadero cataclismo. La calle 26, la que comunica a Colombia con el mundo, es el escenario de una trapisonda fabulosa. Y esta es la hora en la que nadie sabe cuánto costará terminarla, suponiendo que un día se termine. Los culpables más visibles salieron del país por Eldorado, sin que nadie los estorbase. El Fiscal, el mismo que se va premiado de embajador a Holanda, abrió la investigación cuando todo estaba consumado. Y ese todo vale alrededor de 450 millones de dólares.

Ni para qué decir que esta es la hora en que no hay un cómplice o autor del entuerto en una cárcel. Miami es un buen sitio para que descansen todos. Job no hubiera sido tan resignado.

Si se hubiera aplicado con razonable eficacia la Ley de Extinción de Dominio, los mafiosos de todas las siglas habrían perdido lo que más les importa, que son sus tesoros. Y ya se habría cumplido la más ambiciosa Reforma Agraria que se intentara en este continente. Otro fraude escandaloso. El fiscal Iguarán y los que se enroscaron en la Dirección Nacional de Estupefacientes, va de suyo que con altas complicidades políticas, le quitaron a Colombia la más grande oportunidad de Justicia y Paz que jamás tuviera. A ningún culpable le ha pasado nada y a ninguno le pasará. Porque Colombia jamás se queja de lo que más debiera dolerle.

Así somos. Como esas luces de bengala que iluminan un segundo la oscuridad de la noche, nuestros furores se apagan en un instante. Y nuestra tragedia sigue, como la del paciente Job

Enero 14 de 2011

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