LA RENDICIÓN DE LA HABANA

Se firma un acuerdo, en que se habrán hecho concesiones a los terroristas, y el gobierno se muestra exultante y orgulloso, en una muestra ingenuidad (o estupidez) que recuerda mucho a la imagen de Chamberlain llegando a Londres con el acuerdo en sus manos y gritando, literalmente, que había arrancado a Hitler la paz

La rendición de La Habana

Ricardo Angoso
Ricardo Angoso

Por Ricardo Angoso

Mayo 29 de 2013

La duda acerca de los negociadores enviados a La Habana por Santos es saber si son más tontos que malvados o a la inversa.

En el día de ayer, cautivos y desarmados, los negociadores enviados por el presidente Juan Manuel Santos a La Habana capitularon ante una banda de criminales y terroristas y dieron por muerta a la democracia colombiana y a su Estado de Derecho. Así podía haberse escrito el último parte de guerra entre el ejército colombiano, representante de una las democracias más antiguas de América, con todas sus virtudes y defectos, y una de las organizaciones terroristas más antiguas del continente y todavía en armas, las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC). Una pandilla de asesinos marxista-leninista que todavía sigue amenazando y matando al pueblo colombiano.

Al igual que en las conocidas rendiciones de Granada y Breda, inmortalizadas por los universales pintores Padilla y Velázquez, respectivamente, de la de hace unos días ha quedado abundante material gráfico: las instantáneas de unos terroristas, henchidos de gloria y orgullo por haber puesto a un país de rodillas, frente a los representantes de la capitulación, la pusilanimidad y la falta de firmeza en sus convicciones. Hasta la presentación del acuerdo fue siniestra y tenebrosa, anunciada a bombo y platillo por uno de los voceros oficiales de la isla-prisión de Cuba y reconocido como representante de un “país acompañante” por las autoridades de Bogotá.

Más les habría valido haber renunciado, haber dejado semejante papelón a otros y no haber manchado de una forma tan ignominiosa su escasa dignidad política y personal. Es evidente que el acuerdo es casi secreto, que no conoceremos todos los detalles hasta dentro de unos días o semanas, pero es más que seguro que de lo que se desprenda del mismo no será más que la claudicación de un gobierno que fue elegido con la bandera de la seguridad democrática y que ha acabado traicionando aquellos principios en aras de una mezquindad política sin parangón en la historia de Colombia.

Los negociadores de La Habana que están entregando el país a las FARC
Los negociadores de La Habana que están entregando el país a las FARC. Eligieron el deshonor

A los negociadores de La Habana, personajes aburridos, poco brillantes y con aire de burócratas soviéticos, se les podría decir lo mismo que le dijo Winston Churchill al primer ministro Chamberlain en el 1940, cuando capituló ante Hitler con la “paz en nuestro tiempo”: “Os dieron a elegir entre el deshonor y la guerra… elegisteis el deshonor y tendréis la guerra”. Así es.

En el famoso Pacto de Munich, los jefes de gobierno de Francia y el Reino Unido, en pro de saciar el apetito territorial de Hitler y su aliado italiano, Benito Mussolini, hicieron vergonzosas y humillantes concesiones al tirano nazi. Los Sudetes checos, en virtud de este acuerdo de triste recuerdo para todos, fueron anexionados por los nazis. Luego llegaría la brutal ocupación polaca y los franceses y los ingleses se vieron envueltos en una guerra, pero, al menos, podían haberse evitado para la historia la foto con los sátrapas nazifascistas.

Un pacto de Múnich a la colombiana. Ahora, salvando las distancias, vivimos una situación parecida. Se firma un acuerdo, en que se habrán hecho concesiones a los terroristas, y el gobierno se muestra exultante y orgulloso, en un muestra ingenuidad (o estupidez) que recuerda mucho a la imagen de Chamberlain llegando a Londres con el acuerdo en sus manos y gritando, literalmente, que había arrancado a Hitler la paz. Iluso. El dictador alemán tan sólo quería ganar tiempo para seguir rearmándose y esperar a dar la puntilla de muerte a las democracias occidentales.

Estos negociadores que representan a Colombia se muestran también muy eufóricos, incluso alegres, como si hubieran salvado al país de una amenaza o una guerra. La duda es si son más tontos que malvados o a la inversa. Las FARC, por muchos acuerdos que firmen, que vienen a ser papel mojado en las selvas donde colocan minas o asesinan por la espalda a jóvenes soldados, seguirán con toda seguridad con sus actividades ilícitas, con su larga historia de crímenes y narcotráfico, de terror y odio. Nadie les detendrá en su carrera asesina.

Todavía quedan muchos meses para negociar pero no cabe duda lo que está en juego: es lograr la victoria de los miserables y ofrecer a los terroristas la impunidad a cambio de una supuesta paz. Después es más que seguro que el gobierno de Santos les ofrecerá también impunidad política y les permitirá a los líderes guerrilleros sentar cátedra, es decir, ofrecerles el acceso a las instituciones representativas. Viene a ser lo mismo que hizo Zapatero en España con los terroristas de ETA y sus voceros políticos. El juego es el mismo, incluso hasta los actores, Santos y Zapatero, son parecidos, personajes grises que en la vida todo les fue regalado y que llegaron hasta donde llegaron sin apenas esfuerzo. Pero que nadie se llame a engaño, la verdadera derrotada en esta puesta en escena de la rendición de La Habana es Colombia. Ni más ni menos.

rangoso@iniciativaradical.org

 

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