UN PIGMEO TRATA DE CALLAR A VARGAS LLOSA EN BOGOTÁ

Lo que hizo el frenético de Corferias se inscribe en esa inmunda tradición: queman o destruyen un libro, el objeto de cultura por excelencia, para advertir que destruirán todo vestigio de cultura cuando lleguen al poder

Un pigmeo trata de callar a Vargas Llosa en Bogotá

Lo que hizo el frenético de Corferias se inscribe en esa inmunda tradición: queman o destruyen un libro, el objeto de cultura por excelencia, para advertir que destruirán todo vestigio de cultura cuando lleguen al poder

Eduardo Mackenzie
Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

2 de mayo de 2014

Un sentimiento de vergüenza me envolvió como bogotano cuando supe lo que le ocurrió a Mario Vargas Llosa en la Feria del Libro de la ciudad capital. El amplio auditorio principal de Corferias estaba lleno y el orador, un gran premio Nobel de Literatura, invitado de honor de ese evento internacional, dialogaba plácidamente con el escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. De repente,  un individuo salido de la masa lo interrumpió y comenzó a hilvanar un agresivo discurso “en nombre de la población oprimida”. En un momento, el espontáneo  le preguntó al escritor peruano, en tono furioso, en qué consistía su relación con el ex presidente Álvaro Uribe Vélez.  Consciente de que se trataba de una provocación, Vargas Llosa no le respondió e hizo, por el contrario,  una alusión a una de sus obras de 1984 en la que él evoca episodios de la fracasada revuelta trotskista de su país:  “Parece un personaje salido de ‘Historia de Mayta”.

Sin poder contenerse, el energúmeno empezó a desgarrar las páginas del libro que tenía en sus manos, visiblemente una obra del premio Nobel peruano, antes de ser sacado del recinto por el servicio de seguridad. Para restarle importancia al detestable acto, Mario Vargas Llosa lanzó, en medio de  los aplausos del público: “Esto es lo interesante de estas reuniones, que pueden resultar aburridas para muchos, y de un país como Colombia donde hay gente para todo”.  Antes de sacar la principal conclusión de lo vivido en ese instante: “Se empieza rompiendo libros y se termina matando gente”.

Días antes, Mario Vargas Llosa había viajado a Caracas. Allí tuvo el enorme coraje de expresar,  en las barbas de los esbirros de Nicolás Maduro, su solidaridad con el movimiento juvenil que lucha contra la tiranía venezolana y la injerencia cubana en ese país. El pigmeo que trató de sabotear al gran escritor peruano en Bogotá pudo haber sido parte de la respuesta vengativa de Caracas contra el autor de “La ciudad y los perros”. Y no solo de eso, sino de la franja de lunáticos que quieren en Colombia, a como dé lugar, mediante la violencia más extrema, la imposición del sistema político que llevó al desastre a Venezuela, Cuba y a los países del llamado campo socialista.

Mario Vargas Llosa y Álvaro Uribe Vélez
Mario Vargas Llosa y Álvaro Uribe Vélez

Al abrir la boca para indagar qué pensaba Vargas Llosa de Álvaro  Uribe Vélez el hombre reveló ser uno de los que ven en el ex presidente colombiano un enorme obstáculo para esos planes. Luego lo ocurrido en Corferias no puede ser analizado ingenuamente. No fue el acto de una persona “que siente aversión por los libros”, como alguien insinuó en un texto que acabo de leer. Lo ocurrido ayer fue un acto político claro, un mensaje de odio y de brutalidad izquierdista, montado  contra un gran intelectual latinoamericano culpable de ser liberal.

¿Cómo no relacionar ese incidente con la diatriba desatada por el fallecimiento en México de Gabriel García Márquez, otro gran genio de las letras, pero de militancia castrista?  Quienes juzgamos indigna de un gran hombre su convivencia con la dictadura castrista siempre hemos respetado al escritor. Nadie desgarró un libro del premio Nobel colombiano con ese pretexto. La gente normal, liberal y conservadora, de derecha y de centro, no suele quemar libros. Quienes destruyen libros creyendo que con eso demolerán las ideas son los fascistas y los comunistas. Las hordas de Hitler quemaban libros en las plazas públicas. Lenin los había precedido en eso. Su dictadura empezó expulsando a miles de filósofos, escritores, abogados y artistas.

Lenin insistía: “Debemos exilarlos a todos. […] Vamos a limpiar a Rusia por un buen rato…”. Después vino la política de “aplastar a

Energúmeno destruye un libro de Vargas Llosa
Energúmeno destruye un libro de Vargas Llosa

la inteligencia” con redadas masivas, fusilamientos y procesos trucados. Con Stalin creció el terror contra la cultura y  se multiplicaron las listas de libros, folletos y fotos que debían ser enviados a la hoguera. Las universidades soviéticas perdieron toda libertad académica. Cientos de científicos fueron arrestados, como Tupolev, el famoso conceptor de aviones. Mao también la emprendió contra la cultura “burguesa” antes y durante la infame “revolución cultural. En Cambodia, los comunistas quemaban bibliotecas enteras, mientras masacraban a la tercera parte de la población del país. En todos los países, sin excepción, donde los comunistas llegaron al poder, los libros, el arte, la cultura, la religión y la ciencia fueron perseguidas.

Lo que hizo el frenético de Corferias se inscribe en esa inmunda tradición: queman o destruyen un libro, el objeto de cultura por excelencia, para advertir que destruirán todo vestigio de cultura cuando lleguen al poder. Esa fue la visión que alcanzó a tener Vargas Llosa en ese instante y por eso dijo lo que dijo.  Ese fue el mensaje que lanzó a los colombianos el activista que insultó a Vargas Llosa.

Hay como una continuidad entre ese acto innoble de Corferias y la campaña contra la libertad de expresión que trata de montar en Bogotá un senador liberal-chavista. Este último utiliza como pretexto un Twitter de María Fernanda Cabal, representante electa por el Centro Democrático, que critica la relación entre GGM y Fidel Castro. Esos dos pigmeos,  el de Corferias y el otro, están en el mismo cuento: destruir los libros de un escritor anti castrista y castigar a una elegida del pueblo por no ser castrista. La violencia es la marca de esas dos actuaciones. El uno quiso callarle la boca al Premio Nobel de Literatura peruano y el otro quiere recortar la libertad de expresión en Colombia. La violencia, siempre la violencia. ¿No es el mismo que pidió hace unos días “fusilar literalmente” a quienes se oponen a que se conceda la impunidad a las Farc?

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