UN RITUAL MACABRO

El macabro ritual para la entrega de los despojos del coronel Julián Ernesto Guevara

¿VÍCTIMA DE UN HOMENAJE?

Eduardo Escobar

Por Eduardo Escobar

En el macabro ritual para la entrega de los despojos del coronel Julián Ernesto Guevara, último episodio en las amargas liturgias mediáticas de uso entre los fieles de las capillas del humanismo marxista-leninista, los comentaristas de prensa pasaron por alto un detalle que vale la pena subrayar por si aclara alguna cosa: el nombre del coronel es el mismo, con el adorno del Julián, del guerrillero argentino-cubano que engañó nuestras esperanzas de un mundo nuevo y de un hombre nuevo en los ya remotos años de nuestra adolescencia tan apasionada, pero tan despistada.

Puede ser una simple casualidad nada más como tantas que confluyen en el embrollo de la azarosa historia humana. Pero uno tiene derecho a pensar que cuando bautizaban al crío de doña Emperatriz, esa señora ejemplar en su humildad y su dulzura en la larga farsa melancólica, en la tragicomedia de nuestras luchas políticas, el padre tal vez o algún tío arisco con un corazón rojo y rabioso y a la izquierda según la retórica de uso entre los poetas de esos tiempos canallas, pidió que agregaran al Julián el Ernesto en homenaje al médico rosarino que dejó el fonendoscopio por la ametralladora y el vademécum por el manual del perfecto incendiario.

Julián Ernesto Guevara, dicen los medios, nació en 1964. Es decir, cuando el Che estaba en el apogeo de su gloria equívoca firmando los billetes del milagro económico cubano, antes de perder la cabeza con su proyecto de asolar el planeta con tableteos de ametralladoras y cantos de guerra y de victoria según sus propias palabras pendencieras, a fin de destruir a los Estados Unidos y fundar un hipotético reino de la Tierra con una nueva fórmula de la Coca-Cola y sin ayuda de los rusos en la proximidad del Tropicana. Su fin se conoce: después de la fuga trágica por cañadas bolivianas acosado por los soldados, el asma y una diarrea que le dejó tiempo para escribir un diario homérico, acabó de muerto estético. Todos los jóvenes bohemios de entonces ocultamos con las fotografías de su cadáver los agujeros de las paredes de nuestras cuevas de artistas del hambre. Y por esas ironías de la vida fue entronizado después en los altares de los campesinos bolivianos junto a Jesús, José y María. Y hoy recibe tributos de panes y cintas de colores como un dios incaico o como cualquier santo católico de la edad media.

Julián Ernesto Guevara por su parte se acostumbró a compartir su nombre, e ingresó en la policía de Colombia, sin imaginar que una fecha en lontananza el homenaje del que era sujeto inconsciente lo obligaría a contemplarse en el espejo miserable de los discípulos del otro Ernesto Guevara, el dialéctico de esa dialéctica atrabiliaria de estirpe asiática que aspira a mejorar el mundo haciendo sufrir a la gente.

Coronel Julián Ernesto Guevara otro héroe asesinado por las FARC (fotomontaje de Franco Calvano)

Pero el que le escogió a Julián Ernesto Guevara el segundo nombre en la pila bautismal no fue el único que cayó en la obnubilación ante los negros carismas del paradigma de la violencia revolucionaria. Existen antologías abigarradas, donde a veces me incluyen, de poemas al Che en todas las lenguas conocidas. Sin contar las canciones y las camisetas y los guardafangos de las tractomulas que completan su tenebrosa celebridad, su oscuro prestigio.

La coincidencia del nombre en personas en orillas opuestas del mundo prueba la confusión en que estamos embebidos, el portentoso enredo de los homenajes, la escasa vigilancia que ejercemos sobre nuestras ilusiones. Lo dijo la santa de las santas españolas: corren más lágrimas en el mundo por las oraciones oídas que por las desatendidas. Con una frase de la que gustaba Truman Capote, homosexual, drogadicto, alcohólico y genial, se definía él mismo, tanto que le sirvió para nombrar una selección de sus prosas memorables. Es que en ocasiones el santo y el vicioso, el delincuente y el policía, y el demente y el siquiatra, se confunden en un abrazo. Como Ernesto y Julián Ernesto Guevara en la música de sus nombres idénticos, reflectantes, equivalentes y antagónicos.

Cedido por su autor, tomado de www.eltiempo.com

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