VENEZUELA, ENTRE LA HORA CERO Y LA CONSTITUYENTE

El país entra en una semana crucial en la que están en juego la democracia y la libertad para este país agotado, paralizado en todos los órdenes y cansado tras casi tres meses de protestas

Maduro y Diosdado Cabello

Venezuela, entre la hora cero y la constituyente

El país entra en una semana crucial en la que están en juego la democracia y la libertad para este país agotado, paralizado en todos los órdenes y cansado tras casi tres meses de protestas

Ricardo Angoso

Por Ricardo Angoso
Julio 27 de 2017
ricky.angoso@gmail.com
@ricardoangoso

Mientras la oposición ha declarado oficialmente la Hora Cero del final del régimen de Nicolás Maduro, el gobierno se sigue aferrando a su cita electoral del día 30 de julio para elegir una Asamblea Constituyente y alterar el orden constitucional al borrar de un plumazo los poderes del legislativo. El choque de trenes está servido y el riesgo de una confrontación civil no debe de descartarse. El gobierno de Maduro, en medio de esta grave crisis que afecta a todos los órdenes de la vida diaria de millones de venezolanos, sigue utilizando un lenguaje violento, agresivo, beligerante y llamando a las armas frente a las demandas de todo un pueblo que ya está hastiado hasta decir basta de esperar en la cola de la historia.

La crisis del país es muy profunda tras más de tres meses de protestas masivas y multitudinarias en las calles venezolanas. Han muerto casi un centenar de personas a manos de los cuerpos de seguridad y los grupos de tontons macoute -los famosos “colectivos”- armados por el régimen, se han producido unos 3.000 arrestos y detenciones y hay centenares de heridos. La estrategia del agónico régimen de Maduro solo tiene parangón con la utilización de las tristemente conocidas Secciones de Asalto de Ernst Röhm por los nazis para amedrentar, asesinar, torturar y atacar a los seguidores y militantes fuerzas democráticas de la Alemania de Weimar antes y después de la llegada de Hitler al poder. Nunca se había visto un despliegue de fuerzas represoras contra manifestaciones indefensas de civiles en América Latina desde la caída del general Augusto Pinochet en Chile, allá por los finales de los ochenta y principios de los noventa del siglo pasado.

Clara López y Nicolás Maduro

Ahora las espadas están en alto y ninguna de las dos partes está dispuesta a ceder. Las fuerzas de la oposición, agrupadas en la Mesa de la Unidad Democrática (MUD), están prestas a llegar hasta el fin y lograr el cambio de régimen, que pasaría, desde luego, por la salida política de la escena del dictador Nicolás Maduro y por la convocatoria urgente de elecciones libres y plurales. La otra parte, el régimen, agazapado en el bunker, se resiste a pasar página y está preparado para morir matando. Maduro podría acabar sus días al estilo del rumano Nicolae Ceausescu o el libio Muammar Gaddafi. Por ahora, las puertas del diálogo están cerradas y no se percibe voluntad política para abrir una verdaderas negociaciones.

Sin embargo, han sido muchas las cosas que han cambiado en el continente desde la abrupta y violenta respuesta de Maduro a las protestas. Hoy no hay nadie en la escena política continental -si exceptuamos a la Bolivia de Evo Morales y a la Cuba de Castro- que defienda al régimen de Maduro. Ni siquiera la izquierda en Argentina, Uruguay, Chile, Colombia u otras partes de la región alza su voz en defensa del sátrapa; la magia de la revolución bolivariana -si es que alguna vez la hubo- se terminó y la cruda realidad de la narcodictadura sostenida a sangre y fuego es lo único que ha quedado al descubierto tras veinte años de fracasos constatados en la economía, miseria generalizada, violencia y hambre, como le gritaban en estos días en Madrid al líder de Podemos, Pablo Iglesias, unos atemorizados venezolanos amenazados por los gorilas del máximo líder de esta formación proiraní. Algún día la crisis venezolana le pasará factura por sus desatinos y vergonzosos silencios. Pero esa es otra historia para otro momento.

¿Acabará maduro como Noriega? Por ahora, y a pocos días de la consulta convocada por el régimen, en la que por cierto no participa la oposición, el riesgo de una confrontación civil es evidente y no debe obviarse incluso un incremento mayor de la violencia. La tensión es muy alta, el miedo embarga a los dirigentes de la revolución bolivariana -que pueden acabar sus días en una mazmorra norteamericana al estilo del panameño Noriega- por sus comprobados vínculos con el narcotráfico y en este estado de cosas, protestas por medio y millones de armas sin control en manos de los partidarios de Maduro, el peor de los escenarios podría consumarse y abrirse un conflicto de insospechadas consecuencias ya no solo para Venezuela, sino para toda la región. Colombia se vería seriamente afectada; millones de colombianos viven en esta gran cárcel y otros tantos millones de venezolanos -ya hay un millón viviendo en Bogotá y otras ciudades- podrían salir huyendo despavoridos si las cosas fueran a peor en el “paraíso socialista”. Ya nadie aguanta vivir en esa gran ergástula construida por los Chávez, Cabello, Maduro y compañía.

Esta semana será crucial para Venezuela, cualquier movimiento por cualquiera de las partes puede definir la batalla final, en la que están en juego la democracia y la libertad en este país caribeño. En cualquier caso, la respuesta de Maduro, solicitando la detención de toda la dirigencia opositora y reafirmándose en la defensa numantina del régimen utilizando todos los medios a su alcance -incluida la violencia, claro- no invitan al optimismo. Veremos qué ocurre. ¡Atentos!

 

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