COLOMBIA ¿HACIA UN CESE DE FUEGO BILATERAL?

Al aceptar negociar “en medio del conflicto”, Santos le hizo asumir al país nuevos peligros. No supo escoger el momento de ese diálogo, ni el terreno (en Cuba), a pesar de que podía hacerlo. Las consecuencias se verán muy pronto y quienes pagarán eso no viven en Marte

Colombia: ¿Hacia un cese del fuego bilateral?

Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

10 septiembre de 2012

Una particularidad del nuevo “proceso de paz” que el presidente Santos y las Farc dicen que abrirán en Oslo, Noruega, el 8 de octubre próximo, es que los terroristas no ponen esta vez la condición de que el Gobierno ordene la creación de una zona desmilitarizada o “de despeje”, como dice la prensa, es decir de un amplio territorio del cual sean barridos, por orden de Bogotá, la fuerza pública y los representantes del poder civil.

Sin embargo, esa no-exigencia, que algunos presentan como un signo de “madurez” del señor Timochenko, podría ser una trampa fenomenal.

Si las Farc no están pidiendo eso, pues quieren negociar en Cuba, es porque tienen en mente  algo peor, que equivale a la creación no de un Caguán sino de quince Caguanes a la vez, que harían de toda Colombia una zona de despeje.

El cese del fuego “bilateral” tiene un sólo objetivo: paralizar la acción de la fuerza pública en todo el territorio de la República y dejarle el campo libre a las huestes ilegales para que continúen sus labores de destrucción sin  la menor resistencia.

Hacer de Colombia un inmenso Caguán no es un impensable, no es un delirio infundado. Eso artilugio fue propuesto en el pasado reciente por terroristas y fue aceptado por un gobierno colombiano. El éxito que se apuntaron las mayores guerrillas de los años 1980 fue espectacular, aunque no duró mucho. Ellas habían logrado dormir a un gobierno lo suficientemente “progresista” (e irresponsable) como para terminar concediéndoles eso con la mejor buena fe. Después de abrirles las cárceles a los jefes del M-19, el gobierno del presidente Belisario Betancur firmó acuerdos de cese del fuego con  las Farc: el llamado “acuerdo de la Uribe”, del 28 de marzo de 1984, y el llamado  “acuerdo de prolongación de la tregua”, firmado el 2 de marzo de 1986. Y con el M-19 y el EPL en los llamados “acuerdos de Corinto y El Hobo”, del 24 de agosto de 1984.

Cumplido ese requisito, Betancur pudo dar inicio al “Gran Diálogo Nacional” con esas bandas. Todo eso terminó en un nuevo baño de sangre y en tragedias  que todo el mundo conoce: el fortalecimiento de las guerrillas, la ruptura del “diálogo”, la matanza de Tacueyó, la creación de la primera coordinadora nacional guerrillera, la creación de la UP y el envión final con el intento de golpe de Estado contra Belisario Betancur mediante el asalto del M-19 al palacio de Justicia, en noviembre de 1985.  Las Farc trataron de imponerle esa misma “tregua bilateral” al presidente Virgilio Barco en septiembre de 1988. Este no cayó en la trampa y les exigió, por el contrario, la “cesación unilateral de hostilidades, la suspensión de toda clase de acciones terroristas, del secuestro y la extorsión”. Pero el mal ya estaba hecho. Gracias esos experimentos increíbles las Farc lograron crecer, convertirse en poder narcotraficante y pasar de una guerra de guerrillas a una de guerra de posiciones. Hasta llegar a lo del Caguán.

Juan Manuel Santos y Timochenko

Tras el eclipse de la seguridad democrática, las Farc quieren obtener un escenario idéntico, pues calculan que el país ha perdido la memoria y el gobierno es, de nuevo, sensible al canto de las sirenas.

El punto del “cese del fuego bilateral”, que no aparece en el “preacuerdo” revelado por el ex vicepresidente Francisco Santos, fue mencionado en la primera conferencia de prensa de las Farc en La Habana, y volvió a aparecer, con más fuerza, en la segunda reunión con la prensa en la capital cubana, por boca de Mauricio Jaramillo, alias “el médico”. Es obvio que los voceros de las Farc insistirán en eso en Oslo  y lo harán cada vez con mayor violencia. “El cese del fuego nosotros lo vamos a plantear inmediatamente nos sentemos a la mesa […] vamos a pelearlo, mejor dicho”, reiteró, sin el menor escrúpulo,  Mauricio Jaramillo. El no podía decir otra cosa pues la destituida senadora Piedad Córdoba había exigido ese mismo “cese bilateral de fuego” el 3 de marzo anterior.

Queda visto que las Farc, antes de llegar a Oslo, violaron el “acuerdo  marco” o “preacuerdo” con Santos.  Ellas muestran que se reservan el derecho de darse una agenda diferente y secreta y que quieren introducir gente ajena a eso, como alias “Simón Trinidad”, preso en Estados Unidos, y hasta extranjeros anónimos que no estaban previstos.

Tras una reunión con los jefes de las Fuerzas Armadas, el presidente Santos aseguró que no habrá cese del fuego y que no cometerá los errores que otros cometieron en el pasado. Excelente. Su hermano, el periodista Enrique Santos Calderón, quien monitoreará las pláticas de Oslo, y quien había participado y hasta suscrito los acuerdos de cese del fuego con el M-19 en 1984, sugiere a las Farc que esta vez sean ellas las que declaren “un cese unilateral de hostilidades” para “atenuar la enorme desconfianza que les tiene el país”.

Es poco probable que las Farc lo escuchen. Las Farc nunca han hecho eso y a ellas les importa un pito lo que piensan los colombianos. Lo que les interesa es entrabar el aparato militar adversario, quebrar su moral de combate,  avanzar hacia un apogeo de la guerra y alcanzar un triunfo definitivo sobre la democracia. Como toda fuerza terrorista, las Farc ven el cese bilateral de fuego como algo esencial para avanzar. Lo dijo Timochenko el otro día: ellos en Oslo y en La Habana “no van a firmar ni rendición ni entrega” sino a fundar una “nueva Colombia justa y democrática”, es decir lo más parecida a las abyectas dictaduras en Cuba y Venezuela.

La réplica del presidente Santos estuvo bien.  Empero ¿quién puede garantizar que él respetará su palabra? Este proceso comenzó en medio de la mentira (“no habrá acercamientos con las Farc hasta que éstas cesen sus acciones”, decía Santos mientras negociaba en secreto con ellas). Luego nada descarta que la exigencia estratégica de las Farc, y no se sabe qué otras, puedan ser cumplidas antes del “acuerdo final” cuando la narco-guerrilla comunista  convenza al mandatario de que “las partes” están “a punto” de alcanzar “la paz definitiva” y que esa es la vía para llegar, como prometía Tirofijo en 1984, a tan feliz desenlace.

Al aceptar negociar “en medio del conflicto”, Santos le hizo asumir al país  nuevos peligros. No supo escoger el momento de ese diálogo, ni el terreno (en Cuba), a pesar de que podía hacerlo. Las consecuencias se verán muy pronto y quienes pagarán eso no viven en Marte. Un cese del fuego bilateral dejará sin defensa al país.

Las Farc son una banda terrorista detestada por la nación entera. Desde una situación de aislamiento sigue aún matando y secuestrando y hasta saca pecho en La Habana solo porque se sabe respaldada  por dos poderes militaristas extranjeros (Cuba y Venezuela). Si esa entidad logra, con el pretexto que sea,  convencer al Estado colombiano de paralizar  sus fuerzas de seguridad y defensa en todo el país, logrará un salto cualitativo. Para Colombia eso sería no sólo un error político-militar de incalculables consecuencias, sino también un error intelectual y moral.

Las fuerzas militares y de policía de Colombia conducen una guerra de protección. Con su actividad constitucional ellas impiden la aniquilación de la población, de la economía y de las instituciones que los Colombianos hemos ido construyendo, incluso bajo el dominio español, desde 1525.

Las Farc conducen, en cambio, una guerra de desgaste, de conquista y de exterminio. Ellas siempre hicieron eso sin remordimiento pues estaban al servicio de una potencia criminal, la URSS. La gente de Timochenko está ahora al servicio de las ruinas de ese imperialismo pero sus metas no han cambiado. Las Farc es un fósil de la guerra fría que sobrevive por los errores cometidos por varios gobiernos. Eso le permite pensar a Timochenko que aún hoy podría voltear la torta pues el poder descuidó de nuevo la seguridad y porque su infiltración en el aparato de Estado es tan avanzado que una audaz jugada, en una negociación secreta, puede romper todos los equilibrios.

Ese será todo el arte de la operación en Cuba, en donde los negociadores colombianos estarán bajo presiones enormes (espionaje permanente, desinformación, rumores y amenazas).  Al menos, Santos tuvo una buena idea: nombrar a algunos eminentes militares en retiro para que intervengan en la negociación.  Veremos si no echa marcha atrás en eso, como algunos piden.

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