HISTORIA DEL SOCIALISMO XIV – Cuba y el Canal de Panamá

McKinley quiso dejar muy en claro que, a pesar de la intervención de Estados Unidos, jamás reclamarían dominio sobre la isla ni contraprestación alguna, aparte de la seguridad de sus ciudadanos, sus bienes y sus vidas

HISTORIA DEL SOCIALISMO XIV

CUBA Y EL CANAL DE PANAMÁ

Por Ricardo Puentes Melo

Con la llegada de Núñez al poder –que detentó en posteriores administraciones en las que él era asesor-, los oligarcas liberales quedaron sin influencia política y sin parte del manejo presupuestario de la nación, y esto ocasionó un descontento que se fue agravando con el paso de los días. José Manuel Marroquín, un hombre pacifista dentro de la dirigencia del partido conservador, asumió la presidencia durante un periodo de enfermedad del anciano Sanclemente, y aprovechó para sacar adelante reformas que incluyeran a los jefes liberales decretando medidas para la transparencia de las elecciones. Los liberales frenaron su deseo de guerra ante estas disposiciones con las cuales se sentían satisfechos. Sin embargo, Sanclemente regresó al poder y acabó de un solo tajo con este proyecto de medidas.

Entonces, los liberales le declararon la guerra al gobierno conservador. Cabe reafirmar que la razón principal de esta guerra no fue la causa de los pobres, sino el hecho de que los conservadores no participaban a los liberales del poder y de la repartición de los contratos y los dineros públicos.

Construcción del Canal de Panamá

Años antes, en 1878, Aquileo Parra había firmado con Francia un contrato para construir un canal interoceánico. Los Estados Unidos estaban interesados en construir otro canal en Nicaragua pero los franceses, para la época de la Guerra de los Mil días, debido a que no habían podido terminar el canal y estaban a punto de perder su inversión, le ofrecieron a los norteamericanos venderles el canal de Panamá a medio construir y, de ñapa, les prometieron el dominio sobre toda la región de influencia de éste.

Presidente William McKinley

William Mc Kinley, presidente de Estados Unidos, protestante metodista, se rehusó firmemente a las pretensiones de los franceses, quienes actuaban soterradamente a escondidas de Colombia. Tampoco quiso el presidente norteamericano inmiscuirse en el conflicto colombiano de Panamá.

Corría el año 1898. Cuba todavía era una colonia española y los isleños sufrían tratos degradantes de parte de las fuerzas militares del gobierno español. Los abusos eran difundidos ampliamente por la prensa de Estados Unidos que publicaba constantes notas de repudio en reportajes del New York World, dirigido por  Joseph Pulitzer, y en el New York Journal, dirigido por William Randolph Hearst. Los Estados Unidos tenían inversiones en la isla que no estaban siendo respetadas, como tampoco lo estaban siendo los derechos humanos de los cubanos que clamaban por ayuda al presidente Mc Kinley.  Poco después, el comercio entre Cuba y Estados Unidos se interrumpió. Se percibían vientos de guerra. La opinión pública reclamaba una intervención en favor de Cuba, y presionó ferozmente al Congreso de los Estados Unidos para que interviniera militarmente.

Era el primer año del mandato de Mc Kinley y él no quería intervenir a pesar de la decisión del Congreso.

Un año antes, en 1897, el presidente del gobierno español, Práxedes Mateo Sagasta, había intentado solucionar el

José Martí

conflicto concediendo al pueblo cubano y a los portorriqueños una autonomía parcial; también suprimió los campos de concentración en Cuba, creados por el capitán general de la isla, Valeriano Weyler. Pero estas medidas resultaban insuficientes para los insurgentes cubanos -dirigidos por José Julián Martí hasta 1895 y por Máximo Gómez desde entonces-. Los cubanos querían su independencia completa.

Los revolucionarios cubanos siguieron solicitando la ayuda de Estados Unidos, mientras luchaban valientemente contra el imperio español. A pesar de que Mc Kinley no quería intervenir militarmente, envió el acorazado Maine al puerto de La Habana -al cual arribó el 25 de enero de 1898- con el propósito de proteger las vidas y bienes de los ciudadanos norteamericanos residentes en la isla. Menos de un mes después, el buque explotó misteriosamente y doscientas sesenta personas murieron. Redfield Proctor, senador de los Estados Unidos, pronunció un discurso en el Senado en marzo de 1898 en el que describió las inhumanas condiciones de vida que había presenciado en Cuba. Como consecuencia de esto, el Congreso presionó nuevamente al presidente Mc Kinley para que exigiera a España que se retirara inmediatamente de Cuba.

Para mediar en el conflicto sin necesidad de llegar a una confrontación armada, el gobierno estadounidense ofreció comprar a Cuba y le pidió a España que les vendiera la isla. Gracias a los oficios de los esbirros del Papa en Estados Unidos, el general Miguel Correa no sentía temor de una posible intervención militar de Estados Unidos, así que el gobierno español rompió relaciones diplomáticas con Estados Unidos.

El acorazado Maine

Contra todo lo previsto por el general Correa, Estados Unidos le declaró la guerra a España inmediatamente mientras el Congreso norteamericano emitía resoluciones donde reconocían la independencia de Cuba. Mc Kinley quiso dejar muy en claro que, a pesar de la intervención de Estados Unidos, jamás reclamarían dominio sobre la isla ni contraprestación alguna, aparte de la seguridad de sus ciudadanos, sus bienes y sus vidas.

En diciembre de 1898, en un tiempo record de tres meses, Estados Unidos ganó la guerra y, gracias a ello, se consolidó como una potencia mundial. Pagó una millonaria suma en dólares a España por Filipinas y Puerto Rico, mientras dejaba a Cuba en completa libertad de dirigir sus destinos.

Entretanto, en Colombia –como ya vimos- los terratenientes liberales y conservadores aún eran partidarios de explotar grandes extensiones de tierra con pretensiones endógenas, internas y locales, utilizando la mano de obra barata de campesinos mestizos, indios, mulatos y negros, a quienes prácticamente tenían esclavizados. Sin importarles mucho los sufrimientos de los desfavorecidos, los comerciantes preferían una política dirigida hacia la exportación de materias primas. Esto ocasionó, en últimas, las principales diferencias en cuanto a lo que debía ser una política de economía nacional.

La mayoría de quienes preferían el librecambio, el libre comercio, la libre competencia y el control de la economía en manos de particulares, se unieron bajo las banderas del partido liberal; en tanto que quienes estaban a favor de la explotación de campesinos a manos de terratenientes, y a favor de la defensa de los latifundios y el control económico en manos de las instituciones proeclesiales que se habían heredado de la Colonia, se arroparon bajo las sábanas del conservatismo.

Sin embargo, los dos bandos, tanto liberales como conservadores (ambos dirigidos por católicos), eran conducidos por las clases dominantes cuyos representantes se habían dividido por sus preferencias en estas cuestiones. Así que, como siempre, quienes en realidad peleaban esas guerras –y todas las demás- fueron las clases populares. Ni los latifundistas ni los comerciantes burgueses empuñaron las armas para pelear personalmente sus guerras. Engañaron a los campesinos mestizos, mulatos, indios y negros con promesas que jamás cumplieron. Igualmente, los sacerdotes, desde cada púlpito en cada parroquia donde ejercían su poder, también participaron del engaño amenazando a sus fieles con la excomunión o el infierno si no tomaban las armas para defender a sus líderes políticos y religiosos, nombrados –decían y aún dicen ellos- directamente por Dios.

Con todo, no se puede desconocer que algunos liberales de la época declaraban que la inmensa mayoría de colombianos, que eran campesinos paupérrimos, tenían derecho a ser reconocidos como trabajadores libres con derechos acordes a la tendencia norteamericana. Y tampoco se podrá ocultar que los conservadores no quisieron soltar la mano de obra barata y se aprovecharon de los intereses comunes con la Iglesia para que ésta, por medio de la religión, declarara que esas ideas liberales y norteamericanas eran producto de las maquinaciones del diablo.

Es muy claro que la Iglesia Católica brindó todo su apoyo al partido conservador; y que los gobiernos conservadores favorecieron impúdicamente los intereses económicos de la Iglesia. También es muy claro que, muy por encima de los ideales liberales, tanto los dirigentes liberales como los conservadores buscaban su propio bien; querían el poder para sí mismos. Los cacareados ideales liberales en pro de la defensa de las clases populares bien pronto se olvidaron durante y después de las guerras. Tanto que, especialmente en esta guerra de los Mil días, muchos comerciantes –los más poderosos comerciantes eran liberales- se enriquecieron aún más con la importación y venta de armas de fuego y municiones. Después de la guerra, la aristocracia liberal y conservadora no tuvo reparo en unir sus capitales para fundar bancos y diferentes empresas prósperas que surgieron gracias al sacrificio de los pobres –la milicia rasa- quienes hicieron posible la riqueza de esas familias que aumentaron sus caudales sobre la sangre del pueblo que ofrendó sus vidas y las de sus hijos en guerras que nunca fueron suyas.  Nuevamente, quienes resultaron ganadores, fueron los oligarcas y la Iglesia.

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