LOS SENADORES TIMO, BÁEZ Y GABINO

Un hacker medio analfabeto puso a bailar en una pata al presidente Santos, quien exclamó públicamente: “Damos la bienvenida a esa actitud”. Y un senador que funge como vocero de “la paz a cualquier precio”, ahí mismo invitó a ‘Timochenko’ a hacerse elegir para el próximo Congreso

¿Los senadores ‘Timo’, ‘Báez’ y ‘Gabino’?

José Obdulio Gaviria

Por José Obdulio Gaviria

Junio 07 de 2012

Al triunfar Lincoln, el Sur anunció que se separaría de la Unión. En el Norte, entonces, comenzó a perfilarse una poderosa facción apaciguacionista, derrotista, leal sólo a sus propios intereses personales. Los grandes periódicos norteños le pidieron al partido de Lincoln, el republicano, que abandonara su programa con tal de evitar la guerra. Propusieron ceder en el propósito de abolir la esclavitud y firmar un acuerdo, una especie de “Marco Jurídico para la paz y el sostenimiento de la Unión”. La cobardía fundaba sus esperanzas en comprar la paz con una moneda espuria: la vigencia de la esclavitud.

Buchanan, presidente saliente, se lavó las manos. Su discurso “neutral” fue complaciente con los rebeldes (los esclavistas). Hizo esta lectura desleal -traidora- de la Constitución: “Ningún Estado tiene derecho a separarse, pero, igualmente, el gobierno federal carece de poder para impedirlo”. Hagan de cuenta el moderno lema colombiano de que el terrorismo es imbatible; que aunque nunca triunfará, el Estado tampoco lo derrotará; que las guerras ‘insurgentes’ solo finalizan si los Estados claudican.

Tal lenguaje de Buchanan, presidente en ejercicio, aupó la rebelión y puso a las potencias europeas a pensar que la división era un hecho irreversible. Rápidamente reconocieron a la fuerza insurgente y acreditaron embajadores ante el otro “Estado embrionario”, la Confederación.

Lincoln era realista pero no cobarde. Mantuvo su lealtad con los principios, aunque sabía que sostenerlos costaría

Abraham Lincoln y su gabinete

sangre, sudor y lágrimas. Consideró posible cualquier alternativa, menos la de ceder en esos principios para cuya defensa había sido elegido. No se obnubiló con la idea de atraer al enemigo ni hacerse querer y elogiar por él. Como se proponía obtener una paz perpetua, no oyó los cantos de sirena de contentarse con una paz aparente y efímera.

Lincoln era un moderado, pero sabía que había ciertos experimentos, concesiones al enemigo, despejes y soluciones negociadas, que no podían repetirse. Él nunca tomó la iniciativa de declarar la guerra; pero no rehuyó sus responsabilidades cuando el enemigo la declaró.

Iniciadas las hostilidades se abocó a obtener el triunfo. Siempre mantuvo un discurso leal a las tropas gubernamentales; nunca aceptó que se descalificara la justicia de su causa ni que se adulara al enemigo con la tesis de que sus motivaciones eran justas o altruistas.

¿Eso quieren?, ripostó a una comisión de “norteamericanos y norteamericanas por la paz” que lo visitó: díganle al enemigo que tienen la paz a la mano, basta que se rindan. Serán tratados con la dignidad y respeto que merecen siempre los vencidos.

La suerte de los norteamericanos fue que al ingenuo y/o pusilánime Buchanan lo sucediera el inteligente, enérgico, tenaz y leal Lincoln.

Colombia ha tenido una suerte contraria. Cuando la Seguridad Democrática estaba a punto de derrotar al terrorismo (cáncer equivalente al esclavismo del siglo XIX), llegaron los Buchanan redivivos a reinstaurar el derrotismo como política oficial del Estado colombiano.

Timochenko

Un panfleto caricaturesco (apócrifo) relativo al presunto apoyo de las Farc al “Marco jurídico para la paz” desnudó al régimen derrotista. Un hacker medio analfabeto puso a bailar en una pata al presidente Santos, quien exclamó públicamente: “Damos la bienvenida a esa actitud”. Y un senador que funge como vocero de “la paz a cualquier precio”, ahí mismo invitó a ‘Timochenko’ a hacerse elegir para el próximo Congreso. ¡Caramba! Cuándo se convencerán de que ‘Timo’, ‘Báez’ (su gemelo de las Auc) o ‘Gabino’ (del Eln) ni son imbatibles ni podrán ser actores de la democracia colombiana. Sus crímenes, ¡qué podemos hacer!, los excluyen irremisiblemente.

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