NEGOCIAR CON LAS FARC

Las FARC, aprovechando el descrédito de un presidente con ínfulas de mandatario internacional y preparado para el cargo, saben que este es su momento estratégico para avanzar políticamente

Negociar con las farc,

¿un balón de oxígeno para los terroristas o verdadero camino para la paz?

Ricardo Angoso

Uno tiene la impresión cuando examina el proceso de negociaciones iniciado por el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, y que comenzará el 8 de octubre, tras un año de duros y violentos ataques de los terroristas de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), que lo que podía haber terminado como la rendición de Breda acabará degenerando en una suerte de farsa con pretensiones históricas muy al estilo del Pacto de Munich.

¿Y qué ocurrió en el Pacto de Munich? Como recordarán, en el año 1938 los líderes de las dos democracias más avanzadas de Europa, Francia y el Reino Unido, se rindieron ante Hitler y cedieron a sus pretensiones territoriales de arrebatar los Sudetes a Checoslovaquia. Neville Chamberlain, el primer ministro británico de entonces que pasó a la historia de ignominia tras aquella vergonzosa y claudicante rúbrica ante los líderes fascistas de Italia y Alemania, llegó triunfante a Londres con el documento que sellaba el futuro de Europa y anunció exultante que había llegado “la paz de nuestro tiempo”. Unos meses más tarde, comenzaba la segunda guerra en el continente europeo que dejaría más de 56 millones de muertos y humeantes las chimeneas de los hornos crematorios de Auschwitz.

Ahora, el presidente Santos, hundido en su mediocre gestión que no redunda beneficios y rodeado de una cohorte de aduladores a sueldo y personajes mediocres de quinta, al estilo de Lucho Garzón, se agarra a este proceso de paz, mientras retumban las bombas de las FARC y los secuestrados siguen padeciendo su eterno vía crucis. “La paz es la victoria”, anuncia exhibiendo un discurso artificialmente optimista y triunfante, muy en la línea de Chamberlain.

“Colombianos y colombianas por la paz”, siempre han estado presionando para que las conversaciones de paz prosperen y se obtenga impunidad para las FARC

El conflicto colombiano, que dura ya más de medio siglo pero que se vio alimentado por el fuego revolucionario de la “epopeya” comunista cubana y la conversión de esa bella nación en la primera isla-prisión del mundo, es un viejo pulso no resuelto tras el final de la guerra fría entre un organización terrorista organizada al estilo marxista que combina todas las formas de lucha y un Estado que busca su consolidación democrática e institucional en medio de la adversidad. El antecesor de Santos, Alvaro Uribe, casi lo consigue y puso entre las cuerdas a las FARC; si hubiera sido reelegido, es decir, si hubiera tenido un mandato más, lo habría conseguido.

Sin embargo, las viejas oligarquías políticas bogotanas, tanto la liberal que maneja el ex presidente Ernesto Samper como la izquierdista que se difumina entre el Polo, algunos medios claramente antiuribistas y una “mafia” enraizada en el poder judicial que proviene, en muchos casos, de las antiguas guerrilleras desarmadas, conspiraron para evitar una reelección de Uribe y facilitar las cosas a su pupilo, Santos. Lo que nadie esperaba era el viraje político que iba a dar el sucesor de Uribe. Ni se esperaba remotamente, ni se tenía preparado un “plan B” si llegado el caso el proyecto político uribista se torcía, tal como ha ocurrido.

Las FARC, aprovechando el descrédito de un presidente con ínfulas de mandatario internacional y preparado para el cargo, que necesita esta paz como agua de mayo para remontar en unas encuestas que antes del anuncio del diálogo le mostraban con un 43% como máximo de apoyo en la opinión -según las encuestas realizadas para los medios afines-, saben que este es su momento estratégico para avanzar políticamente y quizá transformar su organización armada en un movimiento capaz de concurrir en unas futuras elecciones, muy en la línea de lo que ya hiciera en su momento el M-19. Pero también la estrategia de las FARC, toda vez que los elegidos para negociar son estrategas y no militares que están en primera línea de frente, deja claro cuál es la intencionalidad  de las negociaciones: consolidar un marco político para el futuro en donde poder jugar en igualdad de oportunidades y lograr su objetivo final: el poder. ¿Será así?

rangoso@iniciativaradical.org

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