TRES PAPAS PARA LA SALVACIÓN DE LOS HERMANOS CASTRO

Fidel Castro y el Papa Bergoglio

Tres Papas para la salvación de los hermanos Castro

El Papa no se dignó dialogar con los disidentes cubanos, particularmente las Damas de blanco, quienes fueron mantenidos en detención o incomunicados el tiempo que duró la estancia de Bergoglio en La Habana. Un opositor burlar la vigilancia de los servicios secretos y hablar con el Sumo Pontífice en su “papamóvil”. Fue violentado y esposado junto con cuatro de sus compañeros, dos hombres y dos mujeres, que siguieron profiriendo gritos de “Libertad”

Jacobo Machover
Jacobo Machover

Por Jacobo Machover *

23 de septiembre de 2015

El primero fue Juan Pablo II quien, en enero de 1998, emprendió una larga visita a Cuba. Karol Wojtyla, cuyo papel había sido fundamental en la desaparición del comunismo en su Polonia natal y en los países del Este, sin duda quiso prolongar su obra, intentando acabar con el sistema imperante en la isla desde 1959, pero no pudo. Tampoco Mijaíl Gorbachov había logrado su cometido en la primavera de 1989, meses antes de la caída del muro de Berlín. Debilitado por la edad y por la enfermedad, Wojtyla tuvo sin embargo la satisfacción de oír a decenas de cubanos mezclados con la muchedumbre congregada en la Plaza de la Revolución, otrora Plaza Cívica, gritar “El Papa, libre, nos quiere a todos libres” o, simplemente, “Libertad, libertad”. En ese momento, el Papa polaco se detuvo y, con su sonrisa pícara, se dirigió a ellos diciéndoles: “Me gusta.” Muchos fueron detenidos y metidos a la fuerza en vehículos pintados con las siglas de la Cruz Roja por los esbirros de la Seguridad del Estado. El obispo de Santiago de Cuba, Monseñor Pedro Meurice, fallecido más tarde en el exilio, logró soltar, en presencia de Raúl Castro, quien tuvo que aguantar estoicamente sus palabras, un duro alegato contra la destrucción de las familias cubanas por el régimen, que había provocado el exilio de muchos de sus miembros. Cerca de 200 presos, entre ellos unos cuantos políticos, fueron puestos entonces en libertad.

Juan Pablo II y Fidel Castro
Juan Pablo II y Fidel Castro

En 2012, Benedicto XVI pasó por la isla, poco tiempo, como una escala obligada en su viaje de vuelta de México a Europa. Durante la misa en Santiago de Cuba, un hombre, hoy día exiliado en Estados Unidos, se atrevió, solo, a gritar, con todos sus fuerzas: “Libertad”. Fue apresado por los omnipresentes energúmenos de la Seguridad del Estado. El Papa alemán, al parecer, no se dio cuenta de nada. Poco antes, Fidel Castro, ya decrépito y alejado del poder supremo por su medio hermano Raúl, había sido recibido en la sede de la Nunciatura apostólica en La Habana por Josef Ratzinger. De aquel viaje quedó muy poca cosa: no existía ninguna corriente de simpatía ni de rivalidad o de desafío entre los hermanos Castro y él.

Raúl Castro y el Papa Benedicto XVI
Raúl Castro y el Papa Benedicto XVI

Esta vez no fue así. El Papa Francisco venía precedido por la aureola de su éxito en el acercamiento entre Castro (Raúl) y Obama, sellado en las sorprendentes declaraciones pronunciadas simultáneamente entre el Presidente norteamericano, democráticamente elegido y reelegido, y el dictador cubano, designado para perpetuar la dinastía. El jesuita argentino Jorge Mario Bergoglio pretendía consolidar el diálogo establecido gracias a él entre los dos sistemas enemigos de la guerra fría (que nunca estuvieron realmente en guerra sino verbal), estableciendo así un modelo para países y facciones rivales en otras partes de América Latina, sobre todo entre el Gobierno colombiano de Juan Manuel Santos y las FARC, alentando las conversaciones de “paz” entre ambos, mantenidas desde hace interminables años bajo la férula del castrismo, huésped y protector de la guerrilla desde siempre. Si bien el Papa no recibió a los líderes de las FARC que habían expresado el deseo de encontrarse con él, tampoco se dignó en dialogar con los disidentes cubanos, particularmente las Damas de blanco, quienes fueron mantenidos en detención o incomunicados el tiempo que duró la estancia de Bergoglio en La Habana. Un opositor, miembro de la Unión  Patriótica de Cuba (UNPACU), logró no obstante burlar la vigilancia de los servicios secretos y hablar con el Sumo Pontífice en su “papamóvil”. Fue violentado y esposado junto con cuatro de sus compañeros, dos hombres y dos mujeres, que siguieron profiriendo gritos de “Libertad”: único discurso inmediatamente comprensible por todos, a diferencia de la sentencia papal: “Quien no vive para servir no sirve para vivir”. A casi nadie le interesaron las imágenes de la represión contra esos valientes cubanos.

Los medios del resto del mundo no retomaron las imágenes, difundidas por el canal Univisión. No les interesaba. Su único punto de interés era la visita programada, a petición del Vaticano, al Patriarca Fidel e, incidentalmente, el intercambio con Raúl: un reencuentro entre el jesuita ahora vuelto Papa quien, al parecer, se había mostrado timorato ante la represión desatada por la dictadura militar argentina en los años 70, y los antiguos alumnos cubanos de los colegios jesuitas de Dolores y Belén, cuyo poder se ha perpetuado durante más de medio siglo.  Lo más significativo tal vez haya sido el intercambio de regalos: el argentino le obsequió a Fidel, entre otros libros, su propia autobiografía bajo forma de diálogo con Frei Betto, que el Comandante en Jefe ha leído y releído mil veces. Raúl, por su parte, le brindó al Papa una monumental escultura del artista oficial Kcho, portavoz artístico del régimen, representando a Cristo en una cruz formada por dos remos. Para Kcho y Raúl Castro se trata de una representación de los migrantes del Mediterráneo, de candente actualidad. ¿Y para los cubanos? La obra sólo puede evocar a las decenas de miles de balseros que huyen del paraíso comunista para cualquier parte, la Florida, la península de Yucatán, las costas de Centroamérica o de Colombia, arriesgando sus vidas bajo las balas de los guardacostas, las corrientes marítimas o los ataques de los tiburones, desde hace décadas. Prueba del cinismo sin límites de los Castro, quienes liberaron a más de 3500 presos como “regalo” (ningún político entre ellos) al Papa, vaciando algunas de sus cárceles para poder volverlas a llenar.

El Papa Francisco prosigue su periplo por Estados Unidos, intentando tender un puente entre la isla y la primera potencia mundial, abogando por el levantamiento del embargo incluso ante el Congreso dominado por los republicanos que, bajo la influencia de varios senadores y representantes cubano-americanos, entre los cuales el candidato a las primarias Marco Rubio, se opone resueltamente a ello. El objetivo pontifical es llegar a una reconciliación entre todos, los oprimidos de dentro y sus opresores, los tiranos comunistas y las instituciones democráticas. En La Habana abogó contra las ideologías, en una alusión apenas velada al castrismo (menos no podía hacer), pero no mostró la más mínima compasión con los opositores que intentan seguir la vía que ellos interpretan como la de Jesucristo y la de sus seguidores, sometidos a todas las persecuciones. Los dignatarios católicos cubanos, bajo la dirección del cardenal de La Habana, Jaime Ortega, han elegido por su parte la colaboración con la dictadura, después de una represión despiadada en contra de los fieles. La Iglesia cubana actual no es la de Polonia. Tampoco el Papa argentino se parece en lo más mínimo al Papa polaco. Lástima para el pueblo cubano y para la causa de la libertad.

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*Jacobo Machover nació en La Habana en 1954 y está exilado en Francia desde 1963. Machover es escritor, periodista, traductor y profesor universitario. Es autor de Cuba, mémoires d’un naufrage, de La Face cachée du Che (Buchet-Chastel Editeur) y de Cuba, totalitarismo tropical. Su más reciente libro publicado en francés es Exilé du paradis (Lemieux Editéur, Paris, 2015).

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