UN LINCHAMIENTO JUDICIAL

Contra CAP se puso en práctica la más cruda venganza política bajo la forma o la apariencia de la legalidad… Todo tuvo las características de un golpe judicial. Con ese linchamiento murió la democracia y nació el monstruo chavista

UN LINCHAMIENTO JUDICIAL

 

José Obdulio Gaviria

Por José Obdulio Gaviria

 

 

Carlos Andrés Pérez (CAP), ex presidente de Venezuela, vivía como asilado político en Estados Unidos. Hace un año, mis compañeros del CPPC y yo fuimos a expresarle nuestro respeto y admiración. Él es uno de los emblemas de la democracia en América.

Cecilia, su esposa, nos recibió en la sala de su apartamento en Miami -era arrendado, según supe después-. Vivían en una zona elegante, pero sin elementos decorativos o presencia de servidumbre que hiciera pensar en un sátrapa que nadara en millones malamente habidos, como describía la propaganda chavista al ex presidente. “Acabamos de vender el óleo que estaba ahí”, se anticipó a explicar Cecilia -pues saltaba a la vista que en la pared había un vacío-. Aún les quedaba buena parte de las obras de arte que reunieron durante toda una vida, pero, por fuerza de las circunstancias, estaban colgadas con el atiborre propio de las casas de quienes tuvieron que trastearse a las volandas para eludir una prisión injusta o la muerte. Como disculpándose por tener que descompletar una colección invaluable, y como anticipando su decisión de reincidir para pagar a los médicos, Cecilia comentó: “Nunca pensamos que CAP tendría que vivir sus últimos años fuera de Venezuela y, claro, su carné del seguro, que cubriría todos los gastos médicos y hospitalarios en Caracas, en estas tierras solo sirve para agudizar la nostalgia. Aquí todo corre por cuenta propia y los precios arruinan a cualquiera. CAP quiere regresar, pero, ¿cómo? Mire lo que haría el régimen de Chávez”. Cecilia me entregó un impreso con una noticia del día: Chávez (o, mejor, la Corte Suprema chavista) pedía, por enésima vez, la extradición de CAP. La Secretaría de Estado ni bolas les ponía a esas peticiones, pero lo importante era el mensaje subliminal que enviaba el dictador al cada vez más numeroso exilio venezolano: “Por aquí no se aparezcan porque no respetamos pinta. Ni CAP, anciano y enfermo, se salvará de enfriar sus huesos en las mazmorras que les tenemos preparadas”. En efecto, pocos días después, Alejandro Peña Esclusa, líder de la resistencia, engrosó el número de prisioneros políticos. Hoy está en los calabozos chavistas acusado del ‘grave delito de lesa patria’ de pisar suelo venezolano.

Carlos Andrés Pérez, poco antes de su fallecimiento

CAP estaba disminuido, prácticamente inválido. Pero en sus pocas horas de conciencia era un jayán: dictaba cartas, hacía llamadas, proyectaba arengas para los luchadores de la libertad en Venezuela. La Providencia le jugó una mala pasada y anticipó su viaje definitivo. CAP quería esperar en Caracas a los ángeles clarinetistas encargados de llamar con sus himnos fúnebres a las almas que rendirán cuentas al Creador. Él, un político cuyo mayor debilidad resultó ser su confianza en sí mismo, en su elocuencia, en su capacidad de defender la verdad, creyó poder convencer a los músicos alados para que primero acompañaran con sus vientos alegres el himno a la libertad interpretado por el coro unánime de los venezolanos. No se pudo.

¿Por qué llamo debilidad a lo que siempre hemos considerado fortaleza? Me explico con una cita esclarecedora del libro de Mirtha Rivero, La rebelión de los náufragos. Alberto Arteaga, abogado defensor, narra, con patetismo, su reunión con CAP para preparar la defensa (capítulo 25). Ante la tranquilidad de conciencia para afrontar un proceso montado por la Corte, por el fiscal (enemigo personal) y por el ideólogo del chavismo, José Vicente Rangel; frente a la convicción de que los hechos y sus palabras lo librarían de cualquier sospecha, Arteaga, impaciente, casi le gritó: “Olvídese, que esto no es un juicio (…), es un linchamiento político”.

El abogado le explicó a la autora que contra CAP “se puso en práctica la más cruda venganza política bajo la forma o la apariencia de la legalidad… Todo tuvo las características de un golpe judicial”. ¡Con ese linchamiento murió la democracia y nació el monstruo chavista!

Enero 04 de 2011

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