¿URIBISMO O RESTREPISMO?

Superar la miseria en Colombia no depende de reducir o destruir las fuerzas armadas. ¿La pobreza y la miseria en Costa Rica desaparecieron tras haber disuelto su Ejército? No. Evitemos ese buenismo tonto que termina por beneficiar únicamente a los peores, en nuestro caso a las dictaduras castro-chavistas del continente y a sus planes precisos sobre Colombia

¿Uribismo o restrepismo? Réplica a los firmantes de la declaración del 28 de abril

Eduardo Mackenzie
Eduardo Mackenzie

Por Eduardo Mackenzie

06 de mayo de 2013

La declaración del 28 de abril de 2013 del Centro de Pensamiento Primero Colombia (CPPC) me sorprendió. Por una razón: es el primer texto del CPPC que no comparto, pues incluye puntos que se apartan, en mi opinión, de los ideales fundamentales del uribismo. Trataré aquí de explicar mi punto de vista.

Antes que nada, una primera distinción: el texto que recibí el 28 de abril, sin firmas, tenía este título: “Apoyamos la propuesta de Luis Carlos Restrepo. Declaración del CPPC y dirigentes de base del uribismo. Continuaremos los diálogos de La Habana; pero rectificaremos su rumbo”. Un día después, vi que ese texto, que comenzaba a circular con firmas, no era una posición del CPPC: era, en realidad, una declaración de algunos miembros y dirigentes del CPPC. Allí no aparece, por ejemplo, la firma del ex presidente Álvaro Uribe, presidente del CPPC. Tampoco vi, por fortuna, la de los pre-candidatos del uribismo.

La ausencia de esas firmas tan importantes es un síntoma: el contenido de ese manifiesto incluye planteamientos inaceptables. El texto que circula asegura que “al ganar la presidencia en 2014, el gobierno uribista dará continuidad al proceso de paz en marcha.” La fórmula escogida no fue muy precisa pero, si entendí bien, los firmantes estiman que si el uribismo regresa al poder en 2014 esa corriente continuará las actuales negociaciones del presidente Santos con las Farc en La Habana.

Los firmantes parten pues de un supuesto: que hoy existe un “proceso de paz en marcha”. Esa es, en mi opinión, la fuente del mayor error de esa declaración. Pues nada nos autoriza a pensar que el actual “proceso de paz en marcha” es un proceso de paz. ¿Es un proceso de paz porque las Farc y el presidente Santos lo dicen? Nadie conoce oficialmente los contenidos exactos de ese “proceso” (a menos de que nos conformemos con los rumores contradictorios que circulan). Por otra parte, lo de La Habana no es, precisamente, el tipo de proceso de paz que una verdadera democracia emprende, y no es el proceso de paz que el uribismo concibió, defendió y aplicó de mayo de 2002 a agosto de 2010.

Lo que el texto propone, y que recoge textualmente las propuestas de Luis Carlos Restrepo, ex alto comisionado de paz, formuladas en su carta del 25 de abril al CPPC,  es una revisión drástica de un enfoque que ha probado su excelencia. El presidente Uribe y sus dos gobiernos, de los cuales hizo parte Luis Carlos Restrepo, propusieron contactos, diálogos e incluso negociaciones con las organizaciones armadas ilegales (guerrilleros y paramilitares) a condición de que éstas aceptaran previamente cesar todas sus acciones violentas y concentraran sus tropas en lugares determinados. La mayor parte de las bandas de extrema derecha aceptaron eso y pudieron entrar en un proceso de negociación de paz que dio resultados muy amplios que todo el mundo conoce. En cambio, las bandas de extrema izquierda rechazaron  las condiciones mínimas y continuaron su agresión contra la sociedad y el Estado. El esquema de Uribe, de la seguridad democrática, condujo a la desmovilización efectiva de los paramilitares y dejó disminuidas, desarticuladas y arrinconadas a las Farc.

Luis Carlos Restrepo y Álvaro Uribe
Luis Carlos Restrepo y Álvaro Uribe

El proceso actual del presidente Santos con las Farc ha dado resultados en sentido contrario. Es un modelo diferente, aunque ya usado en Colombia, que no exige de entrada nada a las bandas terroristas y que ha conducido al renacimiento de éstas, sobre todo en el terreno militar y político. Mientras el método uribista mejoró los índices de seguridad del país, al exigir el cese de la violencia para entrar en diálogo, el de Santos los deterioró. ¿Ese es el proceso que los firmantes quieren continuar en nombre del uribismo?

Incluir una frase que promete la “rectificación del rumbo” del experimento santista deja el problema intacto. ¿Si hay “rectificación”, las Farc la aceptarán? ¿Cambiar las reglas de juego, sin que haya ruptura con el experimento santista, el cual apunta hacia la concesión a las Farc de la más total impunidad para sus crímenes, hacia el control de ellas de una parte considerable de los territorios cultivables del país y, finalmente, que le abriría una brecha a las Farc para que cope los canales de decisión política en Colombia a cambio de nada (pues las Farc insisten en que no entregarán las armas y seguirán sus atrocidades hasta el triunfo de su pretendida “revolución”), es el futuro del uribismo? Yo no lo creo.

El actual proceso fue iniciado y proseguido por Santos sin dar información alguna a los ciudadanos. Estoy lejos de pensar que las concesiones desmesuradas a las Farc que se anuncian en el horizonte llevarán a una “salida negociada” del conflicto y a un acuerdo verdadero de paz. Pedir que el uribismo le dé continuidad a un trámite tan opaco e incierto es aventurero. Si los diálogos de La Habana no han terminado en 2014 es porque  se trata de una maniobra de largo aliento que conviene únicamente a las Farc. Descuidar esos aspectos es típico del angelismo que le ha hecho tanto daño al país.

La declaración del CPPC tiene, además, tres puntos adicionales especialmente conflictivos (8, 9 y 10) que emanan de la primera carta de Luis Carlos Restrepo. Esos puntos, en mi opinión, son también, como el anterior, una súbita sorpresa pues no resultan de debate alguno dentro de las filas del uribismo,  ni fuera del uribismo. De repente nos encontramos ante una panoplia de “reformas” que, según ese texto, el uribismo debería abordar próximamente. Restrepo y los firmantes proponen realizar “cambios en el modelo económico y en la doctrina militar”.

¿Cambios “en el modelo económico” qué quiere decir exactamente?  ¿El futuro del uribismo es adentrarse en el pantano de la “tercera vía” del laborismo británico, que tuvo que ser corregido por el thatcherismo para sacar ese país adelante, o en el fangal de la economía asistencialista que llevó a España, Italia y Francia a las crisis enormes de hoy? ¿Es avanzar hacia el abismo del colectivismo que vive hoy Cuba y que trata de imponerse en Venezuela? Pues todo eso puede estar incluido dentro de la fórmula ambigua acerca del “cambio del modelo económico”.

¿Y cambiar la doctrina militar qué es exactamente?  ¿Socavar la doctrina de la seguridad democrática? ¿Minar la Fuerza Aérea?

Gerardo Molina y Diego Montaña Cuéllar
Gerardo Molina y Diego Montaña Cuéllar

¿Retirarles a las tropas la tarea de desmantelar las Farc, el Eln y los otros aparatos criminales? ¿Confinar a las fuerzas militares a la vigilancia de las fronteras, como lo pedía hace años un Gerardo Molina bajo el control ideológico del PCC? ¿Desmantelar los organismos de contrainteligencia y de inteligencia civil y militar?

Un punto adicional aún más escabroso llama la atención. En la versión que recibí el 28 de abril, el punto 9 comenzaba así: “Es necesario un cambio en las Fuerzas Armadas. Necesitamos un ejército más pequeño y profesional y una policía más vinculada con la solución de los problemas cotidianos de los ciudadanos.” Esa idea había sido expresada tal cual por Luis Carlos Restrepo en su carta del 25 de abril.

Inmediatamente critiqué todas esas líneas, aunque compartía buena parte del texto. De hecho, éstas fueron retiradas horas después pues en la versión firmada no aparecen. Empero, no voy a dejar pasar la ocasión para discutir este punto aunque él haya sido retirado. El sólo hecho de que esas líneas hayan sido lanzadas por Luis Carlos Restrepo, e incluidas y puestas a circular en el borrador del 28 de abril, es alarmante. De hecho, ese punto de reducir las Fuerzas Armadas está íntimamente ligado a la línea (que no fue retirada) del “cambio en la doctrina militar”.

Afirmar que “necesitamos un ejército más pequeño y profesional” no es banal. Es una propuesta de alto calibre y nueva en el uribismo. No puede dejar de ser rebatida. Ella coincide, desgraciadamente, con la propuesta en el mismo sentido de las Farc y de las dictaduras del vecindario, quienes desde hace meses están ventilando ese tema en diversos escenarios. Quienes piden la “reducción” de las Fuerzas Armadas colombianas saben que esa es la vía para un debilitamiento durable de las mismas puesto que ellas siempre fueron el muro contra el que los totalitarios se estrellaron.

Esperamos que ese súbito error de enfoque, deslizado en ese primer borrador del CPPC, genere una explicación y una dinámica de clarificación.

Los argumentos para rechazar la propuesta de la “reducción de las Fuerzas Militares y de Policía” de Colombia, son evidentes. Una reducción de nuestras Fuerzas Armadas y de Policía sería un error estratégico. Colombia no dispone de unas fuerzas armadas sobredimensionadas. Colombia no acaba de salir de una guerra ni de un conflicto armado. Está todavía en medio de esa contienda.

Incluso si Colombia llegara a una paz total y verdadera con las Farc y el Eln (algo que es casi inalcanzable)  esa reducción continuaría siendo un error.

¿No hay acaso un contexto internacional cada vez más amenazante para Colombia (auge del armamentismo y del militarismo, hostilidad del castro-chavismo, y, sobre todo, ambiciones ilegítimas de ciertos países respecto de la soberanía colombiana en una parte de nuestras aguas en el Caribe) y hasta un alejamiento (ojalá provisorio) de los Estados Unidos de sus compromisos de seguridad y estabilidad política con sus aliados tradicionales del hemisferio?

Esa propuesta es, por otra parte, el resultado de una confusión flagrante: creer que el concepto tan de moda, pero cuestionable, de “post conflicto” puede ser aplicada a una situación como la colombiana, es decir a un país que vive un momento de ascenso del conflicto armado interno y que hace frente al auge de la ofensiva antiliberal contra las democracias del continente.

Luis Carlos Restrepo
Luis Carlos Restrepo

La declaración de los firmantes y de Luis Carlos Restrepo es pues infortunada y significa  un viraje respecto de los presupuestos políticos y filosóficos del uribismo. Esa declaración le hace de alguna manera, quiéranlo o no, el juego a lo que el santismo gubernamental está haciendo con las Farc y equivale a un acomodamiento tranquilo ante los esquemas obsoletos de la izquierda extremista.

El tono mismo de ciertos párrafos devela eso. En el punto donde proponen “cambios en el modelo económico y en la doctrina militar” los firmantes incluyeron esta frase: “Somos conscientes de que la miseria urbana y campesina es caldo de cultivo para que nuestros jóvenes se vinculen a la ilegalidad.” Formular las cosas así equivale a caer en la trampa que pretende hacer creer que “la miseria urbana y campesina” depende de los gastos militares, que esa miseria se debe  a que Colombia tiene una doctrina militar errada, que conlleva a un aumento del presupuesto militar y de policía. Para los leninistas habría pues que revisar “la doctrina militar” y reducir el tamaño de las Fuerzas de defensa y seguridad del país para que los aparatos armados de la subversión, locales e internacionales, puedan abrirse paso hacia el poder.

Ese enfoque es inadmisible. Superar la miseria en Colombia no depende de reducir o destruir las fuerzas armadas. ¿La pobreza y la miseria en Costa Rica desaparecieron tras haber disuelto su Ejército? No. Evitemos ese buenismo tonto que termina por beneficiar únicamente a los peores, en nuestro caso a las dictaduras castro-chavistas del continente y a sus planes precisos sobre Colombia.

Aceptar, aunque sea a medias, la discusión sobre la reducción de las Fuerzas Armadas, que precisamente piden a gritos gente como Iván Cepeda y Piedad Córdoba y exigir, como ellos, un “cambio de la doctrina militar”, y hacer eso en un documento que pretende fijar los lineamientos del uribismo del futuro, es algo que me parece asombroso.

La carta de Restrepo generó réplicas muy acertadas y oportunas de Libardo Botero y de José Félix Lafaurie Rivera, y una respuesta de Luis Carlos Restrepo a ellos. Son textos largos, plenos de ideas y del mayor sentimiento patriótico. Sin embargo, en las cartas de Luis Carlos Restrepo, persona por la cual tengo el más alto respeto, aparecen no solo las ideas nefastas que critico sino otras que no fueron recogidas en el texto de los firmantes del CPPC.

El uribismo nunca fue una corriente política “guerrerista”. Si lo hubiera sido habría intentado “arreglar” el problema de los paramilitares a bala. No lo hizo así. El presidente Uribe, por otra parte, no se opuso a un “acuerdo humanitario” con las Farc. Les hizo a ellas entre 12 y 14 propuestas específicas de diálogo y negociación, tras acoger iniciativas de la ONU, y de gobiernos y mediadores extranjeros, durante sus dos mandatos. Todas fueron rechazadas por Tirofijo y Raúl Reyes. Si Uribe hubiera sido “guerrerista”, habría insistido en el método de rescatar a bala a todos los rehenes de las bandas narcoterroristas, a pesar del triste episodio de la muerte a quemarropa por parte de las Farc de sus cautivos Guillermo Gaviria y  Gilberto Echeverri, el 5 de mayo de 2003.

Lo que hizo el gobierno fue recapacitar al respecto y optar por la astucia y lograr más tarde la espectacular liberación de 15 rehenes en la Operación Jaque, el 2 de julio de 2008. Antes de eso, el presidente Uribe había ordenado poner en libertad unilateralmente a 193 guerrilleros detenidos, incluyendo un pez gordo como Rodrigo Granda, para demostrar que quería llegar a un acuerdo que permitiera la liberación de los rehenes políticos, incluido el de Ingrid Betancourt. Las Farc rechazaron eso. Si Uribe hubiera sido “guerrerista”, habría insistido en centrar las operaciones contra las Farc en el aniquilamiento físico de sus bases, cuando el esquema fue el de no darles interlocución política a sus jefes y propiciar la deserción de los guerrilleros y la liberación por éstos de rehenes, a cambio de reducciones de penas y otros beneficios, lo cual dio buenos resultados. La acusación de “guerrerismo”  fue un artilugio de propaganda de las Farc para golpear  el gobierno de Álvaro  Uribe. Que alguien que se dice uribista olvide esos hechos y se crea obligado a reiterar ahora que “no estamos apostándole a un futuro de guerra”, causa asombro e indignación.

Luchar contra la estigmatización del uribismo que hacen los aparatos del santismo no se logra preconizando la vergonzosa “reducción de las Fuerzas Militares”, ni pidiendo que sea “cambiada” la doctrina militar colombiana. No se hace anunciando que el uribismo está dispuesto a hacer “cambios estructurales” y a discutir “el modelo económico” del país.

Otras innovaciones pueden dejar perplejo a muchos, como el enfoque de la asamblea constituyente, la doctrina de “seguridad humana” y la teoría sobre “un Estado federal”. Pero no hay aquí espacio para discutir sobre eso.

La declaración del 28 de abril me parece poco pensada y redactada a las carreras. Estuvo destinada quizás a dejar sentado un respaldo a la lucha personal del ex alto comisionado de paz quien debe encarar un proceso injusto y de hostigamiento político de los antiuribistas. Ese proceso lo ha llevado al exilio. Desde ese ángulo esa declaración era legítima. Sin embargo, ésta aceptó sin mayor discernimiento unos postulados nuevos de Luis Carlos Restrepo que generan muchas inquietudes pues  apuntan, evidentemente, hacia un alejamiento de los principios que han hecho del uribismo una postura política y moral indispensable para la salvación de Colombia.

Creo que en el estado actual ese texto desconcertará a muchos colombianos y abrirá una línea de división que deberíamos evitar a toda costa.

Comentarios

Loading Disqus Comments ...
Loading Facebook Comments ...

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *