VIVIR SIN ENTENDER

Se ha hecho mala prensa a la democracia representativa clásica, tranquila y libre de agitaciones y presiones, más racional y menos emocional, de partidos sólidos, políticos profesionales y responsables, con voto plurinominal

Vivir sin entender

Se ha hecho mala prensa a la democracia representativa clásica, tranquila y libre de agitaciones y presiones, más racional y menos emocional, de partidos sólidos, políticos profesionales y responsables, con voto plurinominal

Alberto Mansueti

Por Alberto Mansueti
Septiembre 25 de 2017

“A los pocos meses de las elecciones, caen la aprobación y la popularidad del Presidente en las encuestas… “ Este titular, más o menos, se repite en la prensa de ocho países: Guatemala, Perú, Uruguay, Argentina, España, Francia, EEUU, y Canadá (Primer Ministro). Con ocho figuras, de distintas sectas políticas: Morales, Kuckzynski, Vázquez, Macri, Rajoy, Macron, Trump, y Trudeau.

Los encuestadores dicen: “el Presidente (o Premier) X no satisfizo las expectativas, incluso las de quienes votaron a su favor, hace unos meses.” Es una descripción; no una explicación.

¿Y cuál es la explicación? Simple: las expectativas eran irrealistas, y por lo tanto, imposibles de satisfacer. Expectativas todas iguales: mejoras sustanciales, pero sin reformas de fondo. En el país que sea, candidato que prometió prosperidad y bienestar, pero sin cambiar el sistema, fracasó.

La admiración profunda de Trudeau por Castro siempre fue manifiesta

Preguntas: ¿Por qué hicieron promesas que no podían cumplir? ¿Y por qué tanta gente les creyó?

Respuestas hay en los libros del brillante politólogo Giovanni Sartori, fallecido este año, a sus 92. Siempre lo recomiendo, porque no era liberal, más bien socialdemócrata; y no era cristiano, más bien escéptico o indiferente. Pero, su preferencia por la democracia representativa de partidos, encaja a la perfección en el marco “republicano” del liberalismo clásico; y su idea de “capital axiológico”, también encaja perfectamente en una cosmovisión cristiana de la sociedad.

Sus ecritos eran todos “políticamente incorrectos”. Uno de sus libros, “Homo Videns”, de 1998, hizo mucha roncha porque mostró los pésimos efectos de la televisión en la sociedad, y en la democracia.

Lo que hace el votante, explica Sartori, es votar sin entender. Vota por tal o cual candidato, sin saber nada de las cuestiones políticas o económicas de fondo, involucradas en una elección, y en un sistema político. Vota según criterios obtusos, baladíes, incluso hasta frívolos, “tele-guiado” por las imágenes sensibleras o truculentas que le muestran a diario en la pantalla. Y los políticos han dejado de lado sus responsabilidades, y se han dejado llevar y traer por los criterios absurdos y cambiantes de un gran público ganado por las emociones y no por las razones.

La televisión sustituye la cultura de conceptos por una de puras imágenes, que la audiencia ve sin entender. Es más: vive sin entender. La tele-cultura ha producido un deterioro en la capacidad de entender. Sartori explica: hay palabras concretas y abstractas. Palabras, o sea conceptos concretos, son los de perro, gato, mesa y silla; cosas que pueden representarse con imágenes. Los niños pequeños usan sólo estas palabras concretas, el vocabulario de orden práctico. También los primitivos.

Así es como la televisión nos puede hacer retroceder a la infancia, y llevar a una nueva Edad de Piedra cultural, pero muy tecnologizada.

Giovanni Sartori

Porque para poder entender la sociedad, la economía, la política y la democracia, se requieren palabras o conceptos abstractos, como p. ej. los de justicia, legalidad, libertad, igualdad, derechos, etc., los cuales no pueden ser representados gráficamente sin distorsionarlos. Por eso la masa no los entiende, y por eso los políticos los evitan, proyectando sólo imágenes, y rebajan su propio vocabulario hasta el nivel de la capacidad de comprensión de la masa, que es cada vez menor.

En este punto de partida, Sartori coincide con Ayn Rand. Es falso que “una imagen reemplaza a mil palabras”, porque la imagen no puede ocupar el lugar del concepto abstracto, ni por lo tanto de las explicaciones, de los argumentos y demostraciones, que requieren el uso de conceptos abstractos, de la facultad racional, de la información bien calibrada, de la ahora denostada cultura “libresca” (de la palabra escrita), de la lógica y el buen sentido; elementos hoy desaparecidos de la escena política.

Cada concepto, incluso concreto, es producto de un proceso de abstracción, a partir de mil cosas concretas; por eso lo cierto es lo contrario: una palabra, “perro”, reemplaza a las imágenes de mil perros. Así es. Salvo que se quiera mentir: eso es mucho más fácil con imágenes que con palabras.

¿Internet va a resolver esto? Sí, pero sólo para muy poca gente: los que usamos Internet con capacidad de discernimiento, para investigar a fondo los asuntos y los temas, buscando fuentes alternativas, para contrastar con las convencionales. Para el común, Internet y las redes sociales también transmiten imágenes, en fotos, videos y “memes”. Y la diferencia con el televisor, donde se miran en rol pasivo, es que en la PC o el móvil se pueden retrasmitir, reproducir, y hasta producir, en roles activos; pero siempre con el mismo pobre bagaje conceptual e ideológico, que se multiplica, se repite y se masifica hasta la saciedad.

Con un agravante: Internet y las redes sociales crean una “ilusión de participación”. Es una fantasía; pero le han metido a mucha gente un capricho irracional con los métodos de la “democracia directa”: asambleas tumultuarias (“marchas de protesta” a los gritos en las calles), referendums plebiscitarios, voto uninominal en circuitos pequeños, mandatos imperativos y no reelección, etc.

El “directismo” de los analfabetos políticos, advierte Sartori, es muy peligroso.

Porque estos métodos tienen perversas consecuencias; entre otras: (1) política anecdótica, o mejor dicho politiquería, centrada en “issues” menores, pasajeros, superficiales y escandalosos; (2) dominio de “tribus”, poderes fácticos y minorías ruidosas; (3) personalismo, caudillos mesiánicos, esos fugaces demagogos apuntados a “fenómenos electorales”, que se autotitulan “independientes y apolíticos”; (4) inestabilidad generalizada y crónica; (5) aplastamiento de minorías que quedan sin representación, como la de nosotros, queridas lectoras y lectores, ustedes y yo: la minoría pensante.

Se ha hecho mala prensa a la democracia representativa clásica, tranquila y libre de agitaciones y presiones, más racional y menos emocional, de partidos sólidos, políticos profesionales y responsables, con voto plurinominal (por lista) y en circuitos extensos, asegurando así la representación de minorías críticas al sistema imperante, con mandatos de conciencia para los representantes, y libre reelección o no en los cargos, para aprovechar la experiencia de los demostradamente más capaces. Sin estas condiciones, la democracia se erosiona, y toda tiranía tiene franca entrada.

Hasta aquí he resumido y comentado a Sartori, lúcido, inteligente, culto y divertido, pero muy pesimista, en mi modesto juicio. Concluyo tomando una distancia: yo soy más optimista.

Porque como cristiano tengo confianza en el Proyecto de Dios. Y como liberal, dos esperanzas: el “fusionismo” de liberales clásicos y conservadores en el proyecto nuestro, Movimiento de las Cinco Reformas; y la agobiada “mayoría silenciosa”, que puede entendernos, si se lo explicamos bien.

A futuro podremos ver si hay o no hay solución, para todos estos enredos, y para otros peores.

¡Felices los buenos!

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